Pablo Costilludo, en su taller.

Pablo Costilludo, en su taller. José María Moreno García

El Comentario

Pablo Costilludo, un año atrás, nos dejó

Francisco Poveda del Álamo
Publicada

En una cama de hospital, sedado, dijo adiós. Pablo Costilludo, escultor de la tierra y con la piedra, sabio con su entorno y resistente a todas las dificultades, abandonaba la vida consciente. Estoy seguro de que, en sus últimos momentos de lucidez, recibió la visita de sus 'criaturas' y de algunas caras familiares y amigas. La charla tuvo que ser brevísima y muy intensa:

-Ahí os dejo, en sus manos. Os van a escuchar y os van a querer. Como a mí me quieren. Son gente amiga-, acariciando sus obras con la punta de sus dedos inmóviles.

-¡Cuidadito, tratadlas bien! Que son y serán para siempre lo que queda de mí… ¡A ver qué hacéis! – Con la mirada fija en el grupo humano más querido.

Ni las obras ni la gente amiga pusieron en duda que unos y otras se habían convertido en un trocito de herencia inmaterial que Pablo, generoso, acababa de modelar.

Hoy celebramos su recuerdo, como tantas veces lo hacemos en el día a día, y lo volveremos a hacer, haya aniversarios o no.

Pablo Costilludo junto a una de sus últimas obras, realizada para Sonseca.

Pablo Costilludo junto a una de sus últimas obras, realizada para Sonseca. Pedro Quijorna

Pablo Costilludo García de los Huertos fue un escultor autodidacta. Lo de escultor, le vino de natural, que así nació. Autodidacta tuvo que ser, porque no le quedó otro remedio, y menos mal, que la vida le fue tallando, granítico y suave a la vez.

Nació en Madridejos circunstancialmente, en un tiempo en que sus padres estaban allí de 'graneros', pero volvió a Consuegra enseguida con ellos. Era un mes de septiembre de la década de los 50. La casa familiar en Consuegra era como una pequeña corrala de tres vecinos: pasado el portón, (sujeto con una piedra), un patio con pozo, el barranco, las gorrineras y la cuadra del borrico. Arriba, los dormitorios, el pajar y las cámaras… Y, miraras por donde miraras, el cerro Calderico en lo alto, con sus molinos y el castillo arriba. Era el segundo hijo de una familia de agricultores sin demasiados recursos.

“Recuerdo a mis diez años, con mi madre, en el portón de la casa, abierto, y el médico enfrente, diciéndole que a mi padre le quedaban pocos días”.

Su lucha con la vida empieza esa tarde, agarrado a las faldas de su madre, con los ojos fijos en ella y en el médico. Eso me contó en una tarde de confidencias, que no fue capaz de reaccionar, ni de llorar siquiera, en ese momento duro.

Al año siguiente le llevaron al campo, a trabajar, desde las seis de la mañana: era la vida, que le arrastraba ya como a persona adulta, a pesar de la endeblez de sus once años. Pasó el tiempo y, en cuanto se vio que podía manejar el burro y el carro, casi adolescente, le pusieron a repartir gaseosas y picón, casa por casa.

En algún momento se hizo con unas pellas de barro, un cuchillo y un tenedor, y empezó a modelar aquella masa, dando luz a las figuras que su afán le iba pidiendo, allá arriba, en la cámara de su casa, con el castillo y los molinos de Consuegra de compañía.

Ocupado en la supervivencia, en la familia, enclaustrado en su pueblo, sin más horizontes, ejerció de Maestro de talla en piedra en la Escuelas Taller.  

Fue becado por la Comunidad Económica Europea, participó en Congresos estatales e internacionales, expuso en Italia, Madrid, Guadalajara, Zaragoza, Logroño, Ibiza, Cuba, Marbella y Toledo… Y tiene obra en más de diez ciudades. 

Se adelantó en muchas cosas en su entorno y fue capaz de hacer una obra importante y generar una identidad aún mayor, y mejor.

En espera de la publicación del libro que concebimos juntos, que hecho está, con el trabajo admirable del mismo Pablo y de Rubén García, su editor, por el que se mueven los textos que yo escribí a partir de sus palabras, hoy también le recordamos, con el cariño y la admiración de todos los días.