Felipe VI hizo el otro día uno de los mejores discursos de su reinado, casi a la altura del que tuvo que pronunciar la noche del 3 de octubre. Como en aquella ocasión, el destinatario claro y principal era fundamentalmente uno: Pedro Sánchez Pérez-Castejón, líder de la oposición en aquel momento y presidente del Gobierno ahora. El Rey ha comenzado a darse cuenta de que tiene que jugarse las castañas con un tahúr auténtico, trilero de leyenda, mago de la irrealidad. El otro día iba con él en el Ave y, aparte de pasar primero, recibió una serie de improperios que le resbalaban por la chaqueta. Mientras una señora gritaba “¡Viva el Rey! ¡Abajo Sánchez!”, el presidente del Gobierno mostraba una de sus mejores sonrisas profidén, como quien oye llover truenos, rayos y centellas. En eso hay que reconocerle el mérito, pues nunca antes un presidente aguantó tan estoico la sarta de improperios que este. Sánchez demuestra a la perfección que hay que venir llorado de casa y que el insulto va en el sueldo.

Pero la situación a la que nos conduce el gurú de la Moncloa es a la de las catacumbas romanas en tiempos del censo de Tiberio. De eso ya se ha dado cuenta el Rey y trata de ponerle solución en la medida que puede. Creo que ya ha colegido que lo de su padre fue una pasada de Sánchez e Iglesias a medias, porque entre pillos anda el juego. Pero ahora más claro que nunca, ve, observa, contempla que al presidente del Gobierno le da lo mismo un gorro que un sombrero, le parece igual que llueva o escampe, haga frío o calor con tal de estar en la Moncloa ante el espejito mágico. “Espejito, espejito… Dime si hay un presidente más guapo y lindo que yo…” Y nunca, jamás en la vida, el espejito osaría a contrariarlo. Entre otras cosas, porque detrás está Bolaños.

El Rey sabe Historia y es el mejor formado de los últimos dos siglos. Lástima que adolezca de mejor mano izquierda como su padre, pero sin duda, se sabe los males de la patria y su tratamiento, cura y medicación como pocos, como nadie. Creo que fue Carmen Iglesias una de sus preceptoras y eso se nota a la legua. Conoce que la Transición es el hecho histórico más trascendente de España de los últimos doscientos años y que la Constitución del 78, lejos de ser una tara o rémora para nadie, ha sido la tabla, el impulso, la mejor firma de un pueblo como España para tantas décadas de sufrimiento. La Carta Magna es el Imperio del XVI, donde nunca se ponía el sol de la inteligencia. Felipe VI dio, a mi juicio, con la clave de la situación que atraviesa España en dos momentos justos de su discurso. Uno, cuando diagnosticó los males de la patria, que pasan finalmente por el retorcimiento de las instituciones en pro de un fin particular y que lleva aparejado el consejo o sentencia con la que concluía esta parte de su discurso: nada en la vida o la Historia es definitivo y lo que parece improbable o fuera de toda duda, puede ser reversible. Lo conquistado, máxime la fragilidad de la democracia, puede irse por el desagüe del populismo o el nacionalismo. El independentismo es un paso más de esto último y ha vuelto a demostrar su traición a España, a esa España moderna que le ha dado todo lo que pedía y por la que Cataluña y País Vasco son grandes. Quienes no tienen idea de nación son ellos, que siguen dejando que se ahoguen en la ría maquetos o silencian a niños que hablan la lengua de mil millones de personas. No saben convivir desde su tribalismo y necedad. Como dijo el Rey, España es una de las grandes naciones del mundo, que más cosas importantes ha hecho, y sin la que el propio mundo no sería igual, tal y como lo conocemos. Y España seguirá siendo quien salve de su propio sino a los españoles que allí residen, desde la libertad y no el fanatismo, el oprobio o la ofuscación que han demostrado a lo largo del tiempo, bien en forma de carlismo o nacionalismo.

Y dos, que no se me olvida. El Rey dio con la llave, la clave, la esencia del país. Los españoles, el pueblo, la nación. La nación durmiente, que no dormida ni perdida. En las últimas frases, apeló a “lo que yo veo”… Y claro, el Rey ve talento, ganas, esfuerzo y superación… Los mimbres de la nación, el subsuelo por el que circula la verdad… Por eso, es tan peligroso que las élites estén tan alejadas de la realidad y ahora sean las peor formadas de toda la Historia. Si Platón habló de los sabios y mejores, estamos en la caverna invertida. El que no vale, para político, que ya lo colocará el partido. Y ese es el gran problema al que hoy nos enfrentamos. Máxime con alguien como Sánchez, que se sabe el tuerto en el país de los ciegos. Majestad, dio en el clavo. Ahora solo falta que tenga el mérito, arrojo, capacidad y talento para que – igual que su padre- consiga sacar de esa nación a la que apela lo mejor de sí misma. Y olvidar estos años de coros y danzas, que han dado ya para muchas viñetas de un mal tebeo.