Ha dicho Emiliano García-Page este domingo que no puede combatirse la sedición buscando más sediciosos entre las filas socialistas, en referencia a la petición que el PP había formulado a los barones para que rompieran las filas de la disciplina de voto en el Congreso. No me dirán, como asegura Gayarre en estas mismas líneas, que Emiliano no es largo ni listo ni sabe cómo dar una vuelta de tuerca más o afeitar un huevo en el aire. Cuando afina con el pincel, es único e imbatible; no conozco a otro que lo haga mejor que él. Sensu contrario, las dos o tres veces más flagrantes que se equivocó esta legislatura lo hizo por todo lo alto y con el estruendo que dan las cámaras, los focos, el coturno y el teatro. La entrevista dominical de ayer con Page en La Razón es de estudio obligado para quienes quieran conocer de verdad la profundidad de su pensamiento y capacidad política. Habla de la ingenuidad de Pedro Sánchez por no utilizar otros vocablos y advierte de que sin Podemos, el Psoe tendría un cuarenta por ciento más de intención de voto. Heredero directo de Rubalcaba y Felipe, Emiliano lucha como puede contra viento, marea y las olas de conveniencia sanchista. Qué hubiera sido de España si a Sánchez le hubiese convenido un Rivera que no existió.

Y mientras los periódicos traen lecciones políticas de alcance de manera casi gratuita, hay quienes se empeñan en el error como elemento de ejercicio casi diario. Lo ocurrido esta semana con la ley Irene es el ejemplo más evidente de las consecuencias de la aplicación, extensión y ejecución de aquella vieja ideología que se ha ido transmutando a través de los siglos y que llega a nuestros días bajo el disfraz de populismo, pero que no esconde otra cosa que el comunismo más rancio, turiferario y sectario. El sí es sí ha resultado el envés del no es no y si lo segundo llevó a Sánchez a la Moncloa, lo primero puede ser su pasaporte de salida. Nadie aguanta el éxodo de violadores a la calle ni las reducciones de pena significativas; básicamente, porque no es una cuestión ideológica a la que puedan ponerse paños calientes. Hay elementos en la historia política inesperados, que ponen en solfa lo que ni la pandemia, la guerra o Filomena. A veces, la casualidad o lo insólito también juegan su papel. Si Caperucita hubiese vivido en tiempos de Irene Montero, el lobo feroz se pasearía de la mano con la abuelita por el bosque. El comunismo –incluso travestido- es lo que tiene; basándose en nobles ideales como la justicia o la igualdad consigue mediante su aplicación todo lo contrario. Erró Fukuyama tras la caída del muro de Berlín. Al final, hay que volver a Escohotado para saber que los enemigos del comercio vienen desde el principio de los tiempos y no se irán hasta el final.

Y la culpa de todo esto, claro, la tiene la camisa en Bali, Pedro Sánchez, el presidente del Gobierno, el consentidor y mantenedor de toda esta tramoya de tres años. Por vestirse y calzarse casi como jefe de Estado, ha escrito ya una envidiable hoja de servicios que será recordada por su soltura, gracia y destreza. A ningún gobernante le ha salido tan barato mentir como a Pedro Sánchez. No tengo registro ni recuerdo de ello. El añorado Javier Marías todavía decía en alguno de sus últimos artículos si es que nadie le iba a preguntar a él como votante socialista de las últimas elecciones, qué le había parecido el pacto con Podemos en contra de lo prometido y sin dar ningún tipo de explicaciones. Esa es una de las cuestiones que se dirimirán dentro de un año, junto a los indultos o la sedición; sexo, mentiras y cintas de video, en defintiva. A Sánchez le sienta bien la camisa balinesa y a Feijóo, no tanto la duda. De todas formas, Pedro, amor, es mejor no pasar por lo que no se es y aparecer como un Aladdín junto a Jasmine. Un mundo ideal, eso es lo que vive nuestro presidente del Gobierno. Pero a mí me gustan más el poliamor y la boda zulú a lo Lauren Postigo.