Rafael Cabanillas Saldaña ha presentado su última novela en Madrid, Valhondo, que cierra la trilogía iniciada hace dos años en Quercus. Lo ha hecho con dos primeros espadas del periodismo, como son Mercedes Martel y Manolo Hache Hache. Ha completado la terna José Mota, el humorista más universal que tiene la Mancha, quien mejor la ha entendido, un Cervantes sin más hidalgo que él mismo. Los tres han caído subyugados ante el mundo Quercus, el territorio óntico del que nacen las flores y palabras. Leer hoy a Rafael Cabanillas es un lujo no previsto, auténtico, increíblemente cierto, como las noches y los días. Hay más verdad junta en esta trilogía que en cualquiera de los contemporáneos que hablan o escriben hoy en los periódicos.

Valhondo es el sello definitivo a la brutalidad de Quercus y el encanto de Enjambre. Valhondo es un nombre ignoto, como toda su toponimia, la que nace del majín de Rafa, auténtico Quijote absorto en los libros del desamparo y la injusticia. Hace del pueblo un ente abstracto, envuelto siempre entre la niebla y el humo, a medio caballo entre el sueño y la pesadilla. No tiene iglesia, carece de baños, apenas hay artefactos y muebles. Existe una fuente para distinguirlo y que sus habitantes sepan dónde está el centro del pueblo. Un pueblo perdido en el valle hondo, por el que se precipitan las ilusiones y las ansias, los deseos escondidos, los anhelos cercenados. Valhondo es la demostración exhaustiva de que menos es más, porque siendo el libro más corto de la trilogía, lleva hasta las cumbres de la inteligencia el grito sordo, callado, ignorado de tantos años pasados a la sombra de la nada.

De Valhondo somos todos y de su agujero venimos, aunque no lo sepamos. La suerte de Robledo del Buey, auténtico pueblo que recrea Valhondo, es que encontró a Rafa en su camino, un joven maestro de veinticinco años que llegó para dar luz y libros al campesino. En su mundo ideal, Rafa sigue confiando en la educación y entiende que es el único camino para sacar del atraso y la ignorancia a los más pobres, a quienes se ceban con ellos. Por eso habla de Tolstói y el modelo de escuela rusa, cuando comparten pupitre y aula el niño de tres años y el joven de dieciocho. Eso son planes de enseñanza y no el mundo ensimismado de los pedagogos.

Valhondo es un territorio mítico, al que hay que llegar desde Quercus, pasando por Enjambre. Creo que Rafael Cabanillas es uno de los mejores escritores que España tiene vivos, porque cuenta y cincela con las palabras la realidad más dura y pura que anida en el vientre de su suelo. José Mota lo ha dicho con claridad en la presentación. Me atrae, me absorbe el mundo de Rafa no sólo por cómo está escrito, que escribe como los ángeles, sino porque es la verdad desnuda que levanta y esculpe estatuas a cada página. La estatua de la desolación, la pobreza, el olvido y el agravio. Que no nos callen la voz a los de pueblo, coño.

Pero, sin duda, lo que me estremece llegados a este punto es el personaje, el escritor en sí mismo. Quién nos iba a decir a los que conocíamos a Rafa tantos años que llevaba un escritor majestuoso, hondo, profundo, literalmente soberbio, escondido bajo esa piel madura y ajada. Las arrugas de su cara son los caminos de Valhondo, los surcos de su rostro, las veredas que llevan a Enjambre, los ojos de la cara, aquellos que espantaron las brutalidades de Quercus y se quedaron en la nobleza de Abel. Se ha ido ahora a vivir a Cádiz, porque es la cuna del talento, el rompeolas del ingenio, la copla del carnaval vivo y abierto. Pareciera predestinado a ello, entre la los álamos, la Viña, la Caleta y Puerta Tierra. Talento llama a talento. A Cabanillas le ha pasado lo que a Cervantes, que hasta llegar a los sesenta años, no escribió su gran obra maestra. La llevaba dentro y no lo sabía. Y ahora es grande como lo han sido Cela, Delibes o Saramago. Dije en Quercus que habría segunda, tercera, cuarta y quinta edición. Vamos por la sexta. La trilogía crecerá como una encina y su ramaje dará sombra a la mejor literatura española por mucho tiempo. En realidad, lo miro fijo, quedamente y concluyo: Valhondo… Valhondo es él.