Hacía mucho que no venía a la tele los domingos y ha vuelto a casa por Navidad, igual que la ómicron y el Rey Viejo. Bueno, eso es lo que él quiere; otra cosa es que lo dejen. Sánchez apareció ayer de nuevo en los televisores como el reverendo del sermón, solo que se quitó el alzacuellos de la corbata porque iba de congreso. Los congresos de los partidos son turisteo lowcost de fin de semana donde se intentan ligar propuestas, una tras otra. Sánchez iba al de Barcelona y antes de hacerse una foto con la estatua del Quijote que no existe, dio un mitin en la delegación del Gobierno para recordar que, como Raphael, sigue siendo aquel. No dijo nada salvo que le va a pasar el marrón de nuevo a las comunidades el día 22. La lotería caerá muy repartida este año en la nobleza, entre barones y baronesas de distinta índole. No sabe nada el reverendo.

Sánchez encara la ómicron ya con cierto cansancio, como quien escucha otra vez la misma retahíla sin prestarle demasiada atención. Sin embargo, cuando todo parecía ir bien y el personal marchaba camino de la Nochebuena, se presenta la dichosa variante de nuevo. Ante todo, calma y atención a los sanitarios y científicos. Los contagios, por el momento, no se traducen en la misma presión hospitalaria. Eso es gracias a la vacuna, por supuesto. Pero hay que ser cautos y precavidos. Ayuso se equivocó en su última andanada de las cenas, no porque no llevase razón, sino porque la experiencia ya ha hecho que seamos nosotros mismos quienes nos autorregulemos. La cancelación y suspensión de cenas han venido sin que nadie nos dijera nada y por puro sentido común, sin más. La bandera de la libertad sigue arriba, en todo lo alto; de hecho, la gran victoria de Ayuso es que pasado el tiempo, nadie quiere hacer nada y ningún gobernante se atreve ahora a restringir ni limitar nada. Que el malo de la película sea otro.

Por eso el reverendo Pedro se aferra a las vacunas para quitarse su cara de Cantinflas y cantar algún día victoria. Lo hará, lo haremos sin duda alguna todos como sociedad, pese a los negacionistas que cada día son menos y más duros de mollera. El otro día me escribió un oyente a la radio poniéndome verde porque defendía la vacunación masiva y principalmente ahora la de los niños. Ellos, los niños, nos han dado un ejemplo conmovedor estos días y durante toda la pandemia. Han sido mucho más responsables que los adultos y, por ejemplo, no se quitan la mascarilla ni para ir al servicio en el cole. Buena parte del éxito también recae en la comunidad educativa. En cuanto al oyente, me envió el discurso de un científico renegado por la OMS al que no le reconocen los méritos. Vuelvo a decir otra vez que la gran víctima de la pandemia ha sido la desinformación y la intoxicación de las redes. Los medios hemos tenido una oportunidad de oro para hacernos valer con informaciones veraces, verídicas y contrastadas entre el mar de purulencias y fakes.

El reverendo Pedro nos dio la comunión a la familia y ya pasamos a la Misa de la 2. Aunque hubo un momento en que flirteó con quitárnosla, no se atreven ni él ni los socialistas. La única religión fuerte ahora es la retroprogesía y esa prefiere agitar el árbol, pero no cortarlo por si acaso. Si no, además Sor Yolanda del Diálogo Social y las Cuatro Mechas no habría podido visitar al Papa. Yo espero que a los empresarios les dé un rosario de cuentas inacabado para que firmen de una vez la reforma laboral. Aunque luego vayamos todos al paro y al cepillo del reverendo Pedro. Ya somos un cinco por ciento más pobres sin levantarnos del sofá. Este año las luces del belén las patrocina Sánchez. Estos socialistas no defraudan nunca. Amén.