Cierto, escribir de política es un ejercicio de riesgo. Y, además, difícil, muy difícil.  Muchos que escriben de política naufragan estrepitosamente. Escriben panfletos, libelos, sermones, tratados, tochos alambicados de palabrería tópica y sintaxis retorcida. Dicen dar su opinión, pero en la mayoría de las ocasiones reescriben las consignas de un partido. Se convierten en escritores de combate, que es lo que predomina en España. Escribir de política es un género ensimismo. Requiere un estilo, unas normas, un artificio literario. Cuando se escribe de política se agranda lo grosero y se empequeñecen los hallazgos, si los hay. Escribir de política provoca tensión y desgaste por tratarse de un material altamente toxico. Para escribir hay que leerlo todo, todo los días y rumiar la información durante todo el tiempo. De tal manera que se convierte en un monotema, que tortura e inquieta, sobre todo si quien escribe quiere separarse de lo que dicen los políticos. La política es cosa distinta a lo que explican muchos de ellos.

Se está produciendo un fenómeno que no se cómo llamarlo. ¿Deserción, hartazgo, impotencia, decepción, egos despechados por la falta de interés del personal? Varios famosos han decidido abandonar la escritura sobre política y pasarse a otros territorios menos comprometidos, más agradecidos. Porque escribir de política no resulta especialmente gratificante. Se adentra uno en un terreno cenagoso, sembrado de minas y de enemigos. Nadie te reconoce de los suyos si tratas de ser imparcial, la crítica debe dirigirse exclusivamente al adversario. En España disponemos de varios autores olvidados por este motivo. El mejor es Chaves Nogales. Rescatado en estos años por una investigadora tenaz y el compromiso de la Diputación de Sevilla. Vivió los tiempos convulsos de la República y la Guerra Civil. No fue complaciente con ninguno de los bandos. Y por esa actitud se extendió un manto de silencio sobre él y sus escritos. El exilio fue su destino. Y el anonimato hasta hace poco.

De entre los  que han  abandonado  los territorios de la política se encuentran Iñaki Gabilondo, Muñoz Molina, Elvira Lindo y otros. No pueden seguir, han manifestado, en un ambiente tan polarizado, tan incómodo en el que gentes, que ni conoces ni conocerás, te califican o te descalifican. No por lo que escribes, ni por cómo escribes, sino porque no escribes lo que les gustaría que escribieras. Quién escribe de política experimenta una sensación demoledora, un impreciso desgarro y la impresión de que a nadie interesa lo que escribes. “En esta creciente polarización, escribía Elvira Lindo en su despedida, parece no importar el estilo con que se expresan las ideas  ni la voluntad de discrepar con delicadeza, porque prevalece lo grosero o lo hiriente”.

Y sin embargo, en ambientes tan viciados, es cuando se precisan mayores niveles de lucidez, de análisis rigurosos, de interpretaciones de lo que nos cuentan y nos dicen. Que se distancien de la propaganda, que ahonden en las razones ocultas y descubran las realidades alternativas de los nuevos populismos. Son necesarios análisis abarcadores de la totalidad, que ofrezcan a los lectores puntos de vista que la política cotidiana no recoge. Hay que contribuir a la creación de ciudadanos más informados y menos influenciables. Capacitados para sobreponerse a la simplificación de la política diaria. Hay que ayudar a formar ciudadanos capaces de contrarrestar el espectáculo banal en el que se ha convertido la política. Para ello es imprescindible  la reflexión sosegada y el análisis equilibrado de quien aspira a que la sociedad sea distinta y, si fuera posible, mejor.