Está muy claro que, a pesar de las políticas generales aplicadas hasta ahora para combatir el despoblamiento de las zonas rurales y que, en muchos casos, cuando se rasca debajo del "relato" son simplemente declaraciones de intenciones, será necesario unas efectivas inversiones que demuestren que la apuesta va en serio.

El problema de las inversiones realizadas por las diversas administraciones en los últimos años en las zonas rurales queda muy bien al descubierto en cuanto llega el verano y los pueblos recuperan una población que alguna vez tuvieron pero que mantiene la fidelidad a sus raíces volviendo al pueblo al menos una vez al año. En ese momento, muchos de los pueblos comienzan a tener problemas de suministro de agua, de comunicaciones e, incluso, de una atención médica a la altura de lo que ocurre el resto del año. Está claro que la mayoría de estos núcleos rurales no están preparados para recibir un aumento de población por la que se suspira desde todos los ámbitos políticos.

Y, sin embargo, si alguien contemplara simplemente la fisonomía externa actual de estos pueblos y la comparara con la que tenían en los años cincuenta del siglo pasado antes de que se produjera el fenómeno del gran éxodo rural, se podría llevar la falsa y optimista impresión de que, sin ninguna duda, el progreso ha dejado su huella en unos cascos urbanizados mucho más amplios y en la generalización de la calidad de las viviendas, llevadas a cabo muy mayoritariamente por las personas que algún día no tuvieron otra que emigrar a la ciudad pero que no quieren perder sus raíces.

Está muy claro que ni siquiera ese crecimiento meramente material ha ido acompañado de las necesarias previsiones e inversiones en infraestructuras que, al menos, garanticen que durante un mes o dos los habitantes habituales y los que siempre volverán a su tierra, aunque sea unos pocos días, se sientan cómodos y no frustrados por los servicios que reciben.

A nadie le gusta volver al pueblo y encontrarse con que no tiene garantizada el agua del grifo, la conexión con internet o unos servicios médicos que a veces, y sin que haya respuesta, se encuentran desbordados por la afluencia de pacientes. Muchos, desgraciadamente, ante este panorama lo último que se plantearán será "volver al pueblo" e incluso acortarán sus estancias cada año más a la vista de la situación.

Vender durante todo el año las ventajas de vivir en los pueblos para que cuando indefectiblemente llegué el verano la realidad se imponga por la vía de los hechos y aburra a los que quizás podrían plantearse algún día incorporarse a ellos, cree uno, sinceramente no ayuda a solucionar ese problema de despoblación en el que todo el mundo parece estar de acuerdo, pero en el que se impone en la práctica algo muy distinto. La mejor propaganda es que cuando llega el verano y los pueblos se llenan nadie sienta que su vida en la ciudad es mucho mejor.