Todos los analistas coinciden en que la campaña de Sánchez se ha basado en vender Pedro Sánchez por encima de cualquier otro objetivo. En esto Sánchez ha sido fiel a sí mismo. Impuso su marca sobre la del partido en las municipales y autonómicas allí donde pudo y le dejaron, y ahora estaba claro que no variaría la estrategia después de una decisión como la de convocar elecciones el 23-J sin contar apenas con un par de hombres de confianza. Si en mayo muchos de los alcaldes y presidentes del PSOE rezaban para que su secretario general no apareciera por sus demarcaciones, ahora, cuando el foco se centra en su figura, ellos hablan del partido y de lo importante que siempre fue para España una referencia de Estado en la izquierda. Pocos son, fuera de los que directamente van en las listas y los que deben su cargo al Gobierno central, los que ponen todo su entusiasmo en una campaña en la que se sienten fuera de onda.

Emiliano García-Page, como viene ocurriendo desde la llegada a la Secretaría General de Sánchez, no ha disimulado su sentimiento de incomodidad ante una obligación que se le ha venido encima sin que siquiera nadie se dignara en consultar la oportunidad del momento. Por eso cuando hace unos días hablaba a los suyos en el hotel Beatriz de Toledo calificaba a la campaña de incomodísima, todos allí entendieron que no se refería solamente al calor. A continuación, nada o casi nada de Sánchez y todo o casi todo a lo que el PSOE ha representado en los cuarenta años de democracia y lo que debe ser en el futuro. La única concesión a Pedro Sánchez fue ser rotundo al afirmar que con un presidente socialista a Castilla-La Mancha le irá mejor en Madrid.

Y es que las declaraciones de Emiliano se miden al milímetro, desde algunos sectores del partido, y desde luego desde el entorno del presidente, y ahora precisamente, las opiniones de su “amigo” Alberto Núñez Feijóo no ayudan a calmar ánimos, porque, como se cuenta en el Evangelio, “los que querían perderle”, no pierden ocasión para ello.

Si no estuviéramos en plena campaña electoral y las cosas de la política no hubieran ido, desde marzo de dos mil cuatro para acá, por los barrancos y precipicios por donde han ido, las palabras de Feijóo se tomarían como un elogio del valor de la moderación y del reconocimiento de la búsqueda de los lugares y los temas que unen a las personas por encima de las diferencias y nadie pondría una sola pega al elogio del adversario. Pero los tiempos, esperemos que breves, son los que son y por eso casi todo el mundo se siente tan incómodo y extraño ante un elogio de la acera de enfrente que pudiera ser el envoltorio de un puñal: en fin, una campaña incomodísima para Page.