Muchas veces hay indicadores, más allá de los clásicos sociales y económicos, que nos dan pistas de los niveles de bienestar de un pueblo, una ciudad o un país. Es indudable que desde hace unas cuantas décadas algunos de esos indicadores de la calidad de vida están enmarcados dentro de eso que llamamos gastronomía, las cosas del comer, el cómo y qué comemos, y en toda España los avances en ese terreno son más que evidentes. El arte de comer bien distingue a un lugar. Ya puede tener usted los mejores museos del mundo, los más nobles monumentos o las más impresionantes playas, que si luego falla la comida no hay nada que hacer.

Desde los años ochenta el sector turístico español se marcó como estrategia sustituir el puro turismo de sol y playa, masivo y que algunos denominaban de tienda de campaña y alpargata, llevando al extremo de la caricatura, por un turismo mucho más escogido en el que el alza de la calidad y del poder adquisitivo del turista serían los objetivos a conseguir. El cambio en infraestructuras e instalaciones ha ido desde entonces  en esa dirección: hoteles y alojamientos de alta calidad, campos de golf, puertos deportivos… y con ellos e inseparablemente, establecimientos hosteleros a la altura de esa calidad de los visitantes.

No hace falta recurrir a la evolución en el número de establecimientos que en España han alcanzado el premio de alguna estrella Michelín en los últimos veinte años, como indicador de la evolución de calidad del sector, porque simplemente con darse una  vuelta por cualquier ciudad española a la que no se haya ido hace algún tiempo, los signos de cambio son evidentes. Establecimientos que no existían han surgido con la premisa de la calidad de la comida y el cuidado al cliente como bandera, y otros que ya existían han evolucionado en la misma dirección renovándose.

Este es el caso de Cuenca que por fin ha conseguido con todo merecimiento convertirse en Capital Gastronómica de España después un camino en el que se encontró con Huelva en el 2017 y León en 2018.

En Cuenca, como en tantos sitios de España se come extraordinariamente como siempre ocurrió. El gran cambio ha sido la renovación, la imaginación y la integración del comer y el beber como el nuevo arte que redondea la oferta que una ciudad que viene siendo turística desde que a los primeros guiris románticos como Ford, Borrow o Andersen apareciera en sus  rutas.

No hay turismo de calidad que valga si fallan las cosas del comer y cada vez es más usual que el comer bien sea el objetivo principal del turista que viaja a una ciudad, y todo lo demás, como el patrimonio, la cultura o los motivos clásicos para hacer turismo se agregan a una excusa tan humana como eso que llamamos gastronomía.

Felicidades a Cuenca y a todos los que gozarán de esa capitalidad bien merecida el año que viene