ASAJA ha dado la voz de alarma. Se investiga si el ataque a un rebaño de ovejas en la Sierra de San Vicente (no se da información sobre la localización ni la explotación afectada) ha sido ocasionada por lobos, porque no sería la primera vez que estos ataques se producen por grupos de perros asilvestrados echados al monte.

En la Sierra de San Vicente se abatió el último ejemplar de lobo hace más de setenta años. Desde entonces han  sido muy pocos, por no decir ninguno, los habitantes de esta comarca toledana que los han echado de menos. El lobo, a pesar de lo que hizo por su prestigio en los años setenta del siglo pasado Félix Rodríguez de la Fuente,  sigue teniendo mala fama entre los que cada pisan la sierra como medio de vida. Habrá algún excéntrico que defienda al lobo y se alegra por su posible vuelta porque nunca falta alguien en un pueblo para llevar la contraria, pero la gran mayoría es unánime: “El lobo es muy bonito en la televisión o en un parque temático de naturaleza, lidiar con su presencia cada día es una pesadilla”.

Son opiniones que van a contracorriente de lo que la corrección ecologista y progre ha generalizado y se ha  convertido en ese bonito eslogan que tan bien queda desde una mesa de conferencias o de un aula: “Hay que aprender a vivir con el lobo”. Otra cosa es convencer a los pocos que quedan en estas comarcas protegiendo los bosques con una ganadería que se pone como ejemplo de sostenibilidad que el lobo le va traer un beneficio mutuo.

En la Sierra de San Vicente  la presencia del lobo sería una mala noticia para los que todavía ejercen una de esas actividades productivas y sostenibles que siempre salen a relucir cuando se habla de volver a llenar la España vacía, pero que se olvidan en cuanto aparece uno de esos tabúes que conforman la mitología del moderno progresista. La confirmación de que una manada de lobos ha vuelto a la sierra se celebraría a buen seguro en todo el mundo, menos aquí, por los que lo tendrían que sufrir.

Además saben, que la suya sería una batalla y una guerra perdida con los tiempos de animalismo que corren, en el que la única especie animal siempre sospechosa es la humana y cualquier actividad económica que desarrolle en la naturaleza. Labrar la tierra es para muchos un abuso sobre la madre tierra, como lo es siempre la cría de ganado y con esas premisas impuestas desde la Biblia de Bambi, hay  poco que hacer.

Por eso, porque los que viven en la Sierra de San Vicente, saben que ante los intereses de los protectores de una especie animal y cualquier argumento siempre ganarán, han abierto rogativas en todos los templos de todos los dioses conocidos para que la noticia no se confirme.