No veo yo a Emiliano García-Page renunciando a ser elegido para un tercer mandato como presidente de Castilla-La Mancha. Claro, que en política, como en la vida todo puede suceder, pero lo que sí está claro ahora mismo es que hoy por hoy Emiliano sabe que su fuerza y su poder provienen de la presidencia regional que ostenta. Eso sí, se ha puesto en modo nacional y no hay día que no nos deje alguna perla que ratifica machaconamente la lejanía con el actual líder de su partido, algo que hace unos años, cuando en el PSOE imperaba el principio “guerriano” de que el que se mueve no sale en la foto, habría sido impensable.

Pero si Emiliano habla con la libertad que lo hace una y otra vez en contra de las decisiones de su jefe Sánchez, es porque es algo que se puede permitir desde su posición de poder indiscutido en Castilla-La Mancha y con la perspectiva de seguir ganando elecciones, por mucho que se augure un efecto de arrastre de la marca PSOE convertida en tóxica por Sánchez.

Si algo demuestra la historia más que centenaria del PSOE es que su adaptabilidad a los tiempos se puede calificar de ejemplar. De González para acá no hay partido, ni en España ni en Europa, que haya sabido adaptarse de una manera tan perfecta a las exigencias del electorado. Eso sí, ante el líder triunfador una vez alcanzado el poder, que eso al fin y al cabo es el objetivo fundamental de la maquinaria partidista, todo el aparato se ha rendido y ha soplado en la dirección que el líder marcaba. Las disidencias sólo han venido de aquellos que como Page o Lambán se saben protegidos por sus votantes.

Hay quien augura que el día en que el PSOE se libere del sanchismo, algo que solo ocurrirá cuando pierda las elecciones y sea imposible echar mano de piezas del Frankestein actual o venidero, el partido centenario bordeará su desaparición. No lo creo. Siempre habrá un líder allí que con el discurso más alejado del de Sánchez que hoy podamos imaginar se llevará al huerto al electorado. La cuestión fundamental es la situación en la que ese día se encuentren los líderes hoy críticos con el partido como Emiliano García-Page.

De lo que no cabe duda es que no hay día en el que Emiliano no marque diferencias claras con las líneas tácticas y estratégicas que le permiten a Sánchez mantenerse en el poder. No quiere contaminarse de la nube tóxica que se desprende desde el laboratorio de tacticismo en que se ha convertido la Moncloa. Para dentro y para fuera está clara la posición de Emiliano, aunque sospecho que cuando llegan los comités federales no se exprese con la misma rotundidad.

En los próximos meses todo puede cambiar mucho, pero tengo la impresión de que García-Page no renunciará a la fuente de poder que hoy le sostiene antes de que Sánchez pierda la suya. Una sencilla cuestión de tiempos.