Andan los fanáticos de las estadísticas, con mi amigo Choperita a la cabeza, revolviendo cossíos y viejas revistas para comprobar que lo de Tomás Rufo del día dos de mayo en la plaza de toros de La Real Maestranza de Caballería de Sevilla no tiene parangón. Se habla de los milagros laicos futboleros del Real Madrid, pero el lunes se produjo uno de esos hechos insólitos tan difíciles de ver en el mundo de la tauromaquia.

Cualquiera sabe que la Maestranza es especial y que los aficionados que asisten a esa plaza también son especiales. Si Sevilla no deja entrar a un torero no hay manera de que te empeñes en ello. Hay unos cuantos que fueron los mandones del escalafón, figuras consagradas y reconocidas, pero que nunca entraron en el corazón que late en la Maestranza. Sevilla tiene un sabor especial… y la afición también es muy especial. A algunas de las figuras actuales les costó años entrar en Sevilla, que ya se sabe que es salir por la Puerta del Príncipe. Tomás Rufo lo hizo el otro día a la primera. Vivió una tarde en la Maestranza por la que el noventa por ciento del escalafón torero hubiera vendido su alma al diablo.

Dice gente como don Rafael Nadal Parera que lo difícil no es llegar sino mantenerse y Tomás, el torero de Pepino, o de Talavera, que ya se sabe que todo lugar quiere ser la cuna del héroe, debe saber que ahora, tras el triunfo indiscutible de Sevilla, viene la exigencia máxima de Madrid en San Isidro; una plaza también muy especial y que espera muy a menudo a los triunfadores de Sevilla para apretarles las tuercas desde el tendido con un canon torero que a uno se le antoja muchas veces desabrido y cicatero. Basta que un torero triunfe en Sevilla para que al momento alrededor de las Ventas del Espíritu Santo de Madrid aparezcan, los metros, las escuadras y el cartabón de sastre para medir distancias y establecer cómo se debe torear. Madrid también es muy especial. Tomás tiene la ventaja de que Madrid le lanzó como novillero y que su concepción del toreo, como el de los buenos toreros, encaja en Sevilla y encaja también en Madrid.

Pero el halago debilita y en esto del toreo mucho más. Afortunadamente, lo poco que uno sabe de su entorno y de la vida cotidiana del torero le deja muy buena impresión. Su familia y amigos son gente que le sabe dar lo que necesita con la normalidad de la sencillez de tener claro de dónde viene uno. También, inevitablemente, vendrán las cornadas, que prácticamente no ha sufrido hasta ahora, y habrá que ver cómo reacciona el torero ante una prueba crucial en la profesión que ha escogido. A él, como a tantos toreros, lo que le gusta ante todo es el campo, y eso también es buena señal.

En Pepino, en Talavera, en todo el mundo taurino, tenemos la suerte de disfrutar de un gran torero. ¡Que los hados le sean propicios! ¡Habemus torero!