Uno se imagina lo que han tenido que pasar todos los trabajadores, y no solo el director de la residencia de mayores Elder de Tomelloso, y se alegra por el cierre del caso ordenado por la Audiencia Provincial de Ciudad Real. Dice el auto de la audiencia: “Por más que puede forjarse el estremecedor desconcierto de lo que se representa como una situación dantesca, ninguno de los residentes fallecidos se encontró ni en desamparo, ni desatendido.”

Recordemos que desgraciadamente en esa residencia de mayores murieron setenta y seis residentes. Un número tremendo, que con el discurrir de la pandemia en sus diferentes olas, el conocimiento de lo que se vivió en otras residencia y el paso del tiempo que todo lo relativiza, hace que las cosas se vean con un sosiego imposible de pedir a quien veía que sus familiares caían sin remedio en aquellos momentos en los que apenas se sabía nada de lo que ocurría. Ahora, viendo lo que vino después, los más de cien mil fallecidos y lo sufrido por toda la población, son pocos, afortunadamente, los que siguen con el empeño de ver manos negras en las gerencias de esos establecimientos.

En las residencias de mayores, como en los centros de salud, en los hospitales o en cualquier sitio en el que hubiera una persona vulnerable dependiente, se hizo todo lo que se pudo. Quizás pueda haber casos en los que un diagnóstico, una decisión o simplemente una falta de recursos como una ambulancia, pudo acelerar o provocar un desenlace que nadie quería, aunque ahora sabemos también de casos, cuando ya estaba la población vacunada, que simplemente se acostó en casa y nunca despertó porque esa persona consideró que los síntomas que tenía no justificaban su ida a urgencias. Todos, desgraciadamente, hemos asistido como testigos a la muerte de personas de nuestro entorno y de casos en los que la curación se tachaba de milagro.

Pero en aquellos primeros momentos de desconcierto salió en mucha gente ese lado tan humano que echa las culpas a otro de todos sus males y siempre encuentra en su vida diaria motivos para hallar culpables. Siempre hay unos culpables de sus miserias, de sus enfermedades y de sus fracasos. Ellos no son responsables de nada más que de sus éxitos. En cuanto la cosa se tuerce está ese mecanismo, tan arraigado en el ser humano y que gente como Marx lo supo ver y explotar, con el que ponemos en marcha la máquina del rencor.

Afortunadamente, los jueces están poniendo las cosas en su sitio como se comprueba en el auto de la Audiencia de Ciudad Real y, que se sepa no hay ninguna sentencia firme condenando la gestión de una residencia de mayores y uno se alegra por ello, aunque decir esto mismo le costara un amigo en aquellos días de histeria de unos y entrega de otros.

Los que hablaban entonces de masacres programadas ahora no tienen nada que decir.