Y en el transporte también. Todo el que no está conmigo, está contra mí: la fórmula preferida desde hace siglos por los inventores de religiones, ideologías y fórmulas salvadores del hombre y la humanidad que en estos días de movilizaciones ha resucitado como en los mejores tiempos. Todo se justifica por el bien superior de nuestros objetivos frente a todos los demás. Sectarismo puro y duro. Un terreno de acción política que desde hace años es monopolio de esa izquierda en la que el único principio válido es la legitimidad de sus supuestos valores frente a los oscuros objetivos de poder del adversario. En el campo, en esa España vaciada por la que parecen desvivirse, todos fachas.

Decía siempre el maestro de escépticos Josep Pla que los únicos paisajes que le emocionaban eran los que se habían pintado en las notarías y en los registros de la propiedad. Los agricultores y los ganaderos, con permiso de todas las honradas profesiones que el campo ha acogido desde el Neolítico, son la base de su supervivencia. Es imposible pensar en un mundo rural mínimamente habitado a base del tipo de agricultura y ganadería que pretenden imponer esos urbanitas que diseñan el futuro a base de convertir al campo en un parque temático para el fin de semana y las vacaciones, en el que retozar reviviendo a aquellos pastores de las églogas de Garcilaso.

Se han propuesto lograr la cuadratura del círculo acabando con las formas de vida tradicionales en el medio rural y pretendiendo luego que la gente se quede para llenar la España vacía. La persecución de la caza o del toro de lidia son dos ejemplos de por dónde van las cosas.

Y desgraciadamente, la dependencia cada vez mayor de estos sectarios hace que el sector medianamente sensato que queda en esa izquierda no tenga otra que resignarse y mirar hacia otro lado.

Y para ejemplo de lo que nos toca más cerca, ahí está el disparate que supone la gestión de la fauna en el Parque Nacional de Cabañeros desde que la caza quedó absolutamente prohibida, pero hay que hacer desaparecer cada año a una población de más de cuatro mil ejemplares para que la superpoblación de ciervos y jabaliés no reviente las costuras del ecosistema.

Lo lógico sería que la caza, controlada desde la Administración, fuera el principal recurso de gestión de especies a la vez que proporcionaría una riqueza que en la actualidad se va a la columna de los gastos. Un disparate impuesto por los que desde hace años se sienten los dueños ya no de la Humanidad sino de la Naturaleza y llaman facha a cualquiera que se atreve a llevarles la contraria. Todos fachas, ya digo.