Desde Castilla y León hay malas noticias para todos. Para los socialistas la peor noticia es perder lo que en las últimas elecciones habían ganado. Fueron el primer partido y ahora vuelven por donde solían. Para el PP la mala noticia es que han ganado pero no está en sus manos el poder gobernar. Además no han cubierto sus expectativas y todo suena a amarga y pírrica victoria y la mala sensación que trasladan a sus votantes de que no tienen claro por dónde salir.

Para Podemos ha sido una catástrofe, solo comparable a la de Ciudadanos, en una dinámica que tiene todas las trazas, si se escucha a sus entusiastas y respectivos portavoces de ir de victoria en victoria hasta la derrota final. Son sin duda los dos grupos más perjudicados por las urnas y todo apunta que los unos serán como aquellas lágrimas en la lluvia que recitaba el último replicante de Blade Runner, y los otros se reinventarán otra marca con la que camuflar el olor a naftalina y a totalitarismo de su comunismo reciclado. ¿Cómo se llamará el nuevo invento de la vergonzante izquierda que oculta su verdadera cara totalitaria?

Los únicos que pueden presumir y sacar pecho son los dirigentes de VOX, que, se pongan como se pongan en Valladolid o en Madrid, serán decisivos los próximos años y tendrán la sartén por el mango. Tendrán ese papel en la política de Castilla y León que tantas veces han tenido los nacionalistas vascos y/o catalanes en la política nacional. La bisagra soñada de Adolfo Suárez y su CDS pero que en este caso solo abre hacia un lado. Abascal y los suyos serán decisivos y tienen su papel muy claro. No tienen dudas, son de derechas, claros, decisivos y por ahora no les ha dado por sacar del cajón el juego de la guerra. Son los únicos que han ganado.

Y sin embargo, con la emergencia de partidos regionalistas, provincialistas y localistas como los que reivindican el pueblo leonés, la provincia de Ávila o la de Soria, uno tiene la sensación de que los que perdemos somos todos y solo ganan los que desde la Transición han tratado de buscar y ahondar en todo lo que nos separa y alejarnos de lo que nos es común a todos los españoles.

Y es que el gran triunfo de la ideología nacionalista es haber instalado en la mente de los españoles esa idea de que la vuelta a la aldea es la gran solución para todos los males.

Por mucho que los dirigentes de estos grupúsculos proclamen su españolidad, algo que no siempre ocurre, no dejan de proclamar el triunfo del nacionalismo más rancio y aldeano. La peor noticia sin duda.