Pintaban bastos en mi vida en el oficio pero sorprendentemente el mundo seguía su camino, ciego y sordo a mis nostalgias. Rondaría el año 2005 y aún no había dejado de sentir que yo era el periodista con mayor entusiasmo a este lado del Misisipi. Un iluso y un romántico apasionado que leía a García Márquez y jodidamente se lo creyó. Pero que andaba un poco dando tumbos y, en esos meses, sentía su propia fragilidad estratosférica. Por segunda vez en aquellos años, agridulces pero luminosos, me sentía brujuleando torpemente como un pato cojo: andaba el oficio raro y yo circulaba en bucle. La primera vez acudió mi amiga Carmen al rescate y eso siempre lo llevaré en el corazón. Yo tenía entonces los ojos como platos y pude incluso en algún momento perder la fe, pero estaba seguro de que algo tenía que pasar. Algo bueno: me lo chivaba mi optimismo antropológico en las noches de insomnio y jardines crepusculares. Soy un tío que fuerza el verde intenso de las esperanzas.

Pero no fue así. Ocurrió algo, en efecto, pero no fue bueno. En realidad, fue muy bueno y me devolvió el pulso al alma. Tic-tac, tic-tac. Regresaba a latirme el corazón con tranquilizadora normalidad. A bote pronto, un día de otoño inesperadamente soleado por dentro y por fuera aparecieron zumbando ganas y un gramo de locura tres angelitos de Dios. Traían a mi puerta una idea tal vez disparatada en la cabeza y un plan que ya fraguamos a ocho manos: César García, Esther Esteban y Javier de Pablos, un trío de periodistas de una vez que se vino conmigo a hacer cuarteto y lanzó la penúltima última aventura profesional de nuestras vidas: esa chaladura que la gracia divina terminó dando a luz el 1 de febrero de 2006 y que, ¡oh, la magia!, hoy mismito cumple 18 años. Dieciocho, eso es, frótese los ojos. Qué alegría. Dieciocho soles y lo maravillosa que, a ratos, es la vida.

A César ya lo conocía de primera mano: había sido mi director en ABC Toledo y yo tenía claro que, detrás de ese gran profesional al que nunca he dejado de querer, había un tipo confiable y una gran persona, un maestro que nos iba a llevar por un camino seguro. Seguramente difícil, seguramente tortuoso, seguramente a ratos el sendero infinito de Sísifo, eternamente inacabable. Pero, eso también, seguramente seguro. Esther y Javier fueron dos grandes descubrimientos y con ellos llevamos andando este camino la tira de orgullosos. Y hoy con Esther como presidenta ejecutiva al mando del nuevo proyecto junto a EL ESPAÑOL de Pedro J. Ramírez, que camina con nosotros desde la primavera de 2021 así pasen los siglos. De la idea para muchos delirante que brotó en nuestras cabezas en un bar de incertidumbres hasta EL ESPAÑOL, en todo ese trayecto, hay una escalera inagotable de pasión por el oficio, orgullo profesional a manos llenas y febril trabajo, casi inverosímil, que nos ha traído hasta aquí. Dieciocho y subiendo. Eso y un largo catálogo de nombres propios de periodistas, colaboradores, amigos y animadores que, vistos con la perspectiva de los años, forman un equipo único e inigualable en nuestro pequeño rincón del periodismo.

Confieso a bocajarro que las incertidumbres del comienzo, ese diario amanecer en soledad, con el bolsillo lleno de pelusas y triscando despistado cómo rascar bola, traveseando los vericuetos imposibles de la noticia regional, ese mundo nuestro aquel del invierno de 2006, todo eso alborotaba mi cabeza y mi corazón y me dejaba el alma en suspenso. Un día más con vida. Pero aquellos cuatro nos echamos el mundo por montera, nos pusimos a mirar el horizonte y, como un caminante ilusionado sobre un mar de nubes, decidimos coger el día cada día y olvidarnos de la fugacidad del tiempo para fundar un periódico. Bendita locura. Un gran periódico y no morir en el intento. Y la vida de pronto se ha plantado en 2024, cumplimos 18 años y vivimos en toda su extensión el mejor momento de nuestras vidas, que siempre es el momento presente. El mejor, no hay otro.

Así que, tantas vueltas después, tantas penas pero sobre todo tantas alegrías, veo ahora al gran equipo que formamos y comprendo que todo esto no sólo ha sido un milagro: también es una cuestión de voluntad, de grupo, de piña humana, de esfuerzo y de alegría y emoción por el oficio. Un milagro de todos nosotros y la ayuda de una estrella, nuestra estrella, la que colectivamente hemos soñado y construido. Uno se fija un poco con detalle en Alberto Morlanes, nuestro nuevo director y con él en todos los demás, y ve toda la gracia, el talento y la pasión que explica aventuras como esta y comprende que somos un zarpazo fieramente humano que aspira a la eternidad. El sueño maravilloso de vivir contando historias. Un lujo y un orgullo. Gracias César, Esther, Javier. Gracias a todos los que en EL ESPAÑOL EL DIGITAL CLM han sido y, sobre todo, a los que son. Uno por uno, sin olvidarse de nadie. Llevo sus nombres mirándome a los ojos. Dieciocho años de alegría y periodismo. Y todo el mundo por delante.