Hace no mucho tropecé con un reel de Instagram en el que uno de mis divulgadores sanitarios favoritos se rasgaba las vestiduras ante la supuesta constatación científica de que el reguetón estimula el cerebro mucho más que el folk, la música clásica o la electrónica.

Los autores de la investigación estudiaron con resonancia magnética funcional (fMRI) el cerebro de 28 personas sin formación musical previa, que escucharon fragmentos musicales durante el proceso de adquisición de imágenes.

El análisis se hizo tanto a nivel global del cerebro como en regiones de interés relacionadas con la audición y el movimiento. Además, se evaluó la competencia musical de cada participante y se analizó su relación con la actividad cerebral en esas regiones.

Los resultados mostraron una mayor actividad cerebral al escuchar reguetón, en comparación con los otros géneros, en las áreas relacionadas con la audición. El análisis específico reveló que el reguetón activó no solo zonas auditivas, sino también áreas motoras, sobre todo en comparación con la música clásica.

No me resistí a pasar estas conclusiones por el filtro de mi neurocientífico de referencia, que por supuesto conocía el estudio y compartía consternación con el autor del reel. A mi fuente más cualificada tampoco le gusta el reguetón.

Para mi tranquilidad, y con un sesgo que comparto porque este estilo musical me espeluzna tanto como a él, el estudio no determina que el reguetón “mejore el cerebro” o sea la panacea de los géneros. Solo apunta que ciertos ritmos generan más predisposición al movimiento.

La muestra era más bien reducida, por lo que los resultados son exploratorios más que concluyentes. Se trata además de un grupo homogéneo (personas jóvenes sin formación musical), por lo que las conclusiones no serían exportables a otras edades, niveles competenciales o diferentes estadios de salud neuronal.

En cuanto a la tecnología aplicada, la resonancia magnética funcional mide cambios en la oxigenación cerebral, que es un indicador indirecto de actividad neuronal pero no de la actividad eléctrica directa, me explica mi doctor en neurocosas.
Además, un detalle que no escapa ni a quienes andamos poco versados en estas lides experimentales: escuchar fragmentos musicales dentro de una máquina de resonancia no reproduce la experiencia real de afrontar el reguetón en la pista de Shitons o en la verbena.

Y qué fragmentos, claro. ¿Estimulan por igual una canción de cuna y la muñeira de Chantada? ¿El Canon de Pachelbel y la Marcha Radetzky? ¿Y el Oxígeno de Jean Michele Jarre frente al Titanium de David Guetta?

No, del reguetón no voy a darles ejemplos porque mi cerebro procesa y archiva, lo que considero altamente saludable teniendo en cuenta que cada vez cuesta más recordar, esto es, volver a pasar por el corazón, las cosas verdaderamente importantes.

El pasado verano dije hola y adiós a Joaquín Sabina en su gira despedida. Y me pasé el concierto llorando. Juzguen ustedes.