Desde aquel 7 de octubre de 2023 en el que Hamás retransmitió en directo la matanza indiscriminada y los secuestros que realizó, me surgieron las dudas sobre el papel y las estrategias de Hamás en el actual conflicto palestino. El terrorismo clásico no suele comportarse así. No es exhibicionista. Busca el efecto desmoralizador de las sociedades sobre las que actúa. Notoriedad sí, pero no alardes ni espectáculo. Matar, asesinar, raptar nunca es una fiesta ni para el terrorista más cruel. Estos parecía que se presentaban a un concurso de televisión.

Es cierto que desde la distancia y sin conocer las realidades cotidianas sobre el terreno del pueblo palestino resulta muy arriesgado opinar. Es cierto que la opresión mantenida en el tiempo que soportan los palestinos puede impulsar a acciones desaforadas. Pero con aquel ataque y sus maneras teatrales estaban proporcionando excusas a los sionistas para que iniciaran una agresión que, pronto anunciaron, supondría la conquista completa del territorio palestino. Invocando un más que dudoso derecho de venganza cualquiera atento a la historia reciente de Israel y a la historia ancestral podía imaginar que esta era la oportunidad para hacer posible el Gran Israel. Ahora o nunca. ¿Lo que se apreciaba desde fuera no lo veían desde dentro los militantes de Hamás?

Todos los pasos que ha dado Hamás en estos dos años parecían orientados a seguir proporcionando munición a Israel para desatar una invasión que en pocos meses perdía la relación con la invocada venganza inicial. A dos años de aquel 7 de octubre aciago desde la distancia sabemos que estamos en otra cosa. Ahora estamos en la aniquilación del pueblo palestino, un genocidio programado que comenzó cuando la ONU admitió en 1948 la entrega de una parte del territorio a Israel. Tras varios conflictos sucesivos, tras la promoción y avance de los colonos en territorio palestino llegamos al final de un proceso y el comienzo de un nuevo tiempo en el que Palestina se convertirá en territorio israelita.

La aparición del promotor inmobiliario Donald Trump en el panorama ha introducido un factor que hasta el momento no se había contemplado: convertir Palestina en un territorio de lujo y diversión. Un resort infinito para los norteamericanos ansiosos de lugares en los que practicar sus múltiples perversiones. Un nuevo Dubái donde poder desaguar todas las miserias de imperialismo y colonialismo norteamericano. Mientras en ese escenario babélico unos cuantos hacen negocios ilimitados.

En el lenguaje simplificado de Trump y de Netanyahu, Hamás es el Mal, no tiene cuerpo, no tiene cabeza, es un ente impreciso que actúa llevado por su propia maldad. Es como un cómic o una película de superhéroes para mentalidades infantiles en la que el genocidio calculado se presenta al mundo como algo legítimo.

De ahí la tibieza de los Estados a cuanto ocurre en Palestina. Sabemos, porque lo ha aireado el propio Netanyahu, que Hamás fue financiado en sus orígenes por el propio Estado de Israel. Sabemos, porque lo ha dicho varias veces el Sr. Borrell, que Netanyahu ha sostenido que hay que seguir pagando a Hamás pues mientras este grupo terrorista exista la solución de un Estado palestino es inviable.

Es muy probable que pasado el tiempo los historiadores nos cuenten la verdadera y secreta historia de cuanto estamos contemplando desde nuestras casas. Entonces las muertes de niños, de mujeres, de ancianos, de jóvenes, el hambre fomentada, los asesinatos de periodistas, muchos, demasiados, para cualquier guerra, aparezcan a la luz de la verdad. Si la hipótesis de que Hamás hubiera sido un instrumento indirecto para esta masacre se confirmara estaríamos ante un horror tan terrible que aproximaría a un precipicio indescriptible.