Dicen que el descanso es sagrado. Pero claro, hay descansos y descansos presidenciales. Porque una cosa es irse al apartamento en la playa con la sombrilla heredada de la abuela, y otra muy distinta es mudarse veinte días a la Mareta, ese palacete que parece sacado de un catálogo de lujo árabe, con el detalle, muy campechano, por cierto, de llevarse no sólo a la familia, sino también al cuñado, a la suegra, al primo del pueblo y hasta al canario de la tía. Uno diría que el palacio funciona como un resort all inclusive, con cargo, naturalmente, al contribuyente.
Lo normal, se supone, es que el país le pague las vacaciones al presidente. Pero lo de invitar a todo el árbol genealógico empieza a parecer una convención familiar patrocinada por Hacienda. El contribuyente paga, ellos disfrutan, y todos felices… menos el contribuyente, que a estas alturas ya se merece al menos una postal firmada desde la piscina. Supongo que lo hará por si es el último verano que disfruta de una playa privada y unas viandas a modo de delicatesen en el Palacio de "todos los españoles".
Pero no acaba ahí la tournée estival. Tras la Mareta, llega la segunda fase: Andorra, tierra de montañas, bancos discretos y hoteles de lujo que te cobran hasta por respirar aire puro. Allí, el presidente y su séquito han disfrutado de unos días de descanso de alto standing. Porque claro, después del agotador verano en un palacio real, ¿qué menos que un hotel de cinco estrellas para reponer fuerzas? Todo con el inevitable despliegue de seguridad, más propio de un jefe de Estado en misión secreta que de un presidente de vacaciones.
Y aquí la gran pregunta: ¿es lógico que, en un país con graves dificultades económicas, con familias apretándose el cinturón hasta la última muesca, el presidente se dé estos homenajes veraniegos? Quizá sí, quizá no. Pero desde luego, el contraste es obsceno. Un exceso de seguridad que no tuvieron otros presidentes de todos los colores políticos y un gasto que huele más a lujo oriental que a austeridad mediterránea.
Insisto, no pongo en duda su derecho al descanso, pero quizás, en un país en el que las vacaciones han sido algo casi prohibido para muchos españoles, quizás habría sido bien recibido el gesto de no haberlas incrementado en un hotel en el que, según las malas lenguas, se ha alquilado toda una planta para garantizar su seguridad.
En definitiva, las vacaciones del presidente parecen más una producción de Netflix que un descanso oficial: varios escenarios, un reparto coral, extras de seguridad y un presupuesto que da vértigo. Y todo ello, como siempre, con la colaboración especial de usted, querido contribuyente.