Se lo dije a Loren cuando llamó para saber por dónde iba: "Tranquilo, ya estoy en tu pueblo… He llegado a Tierra Santa". Tomelloso, su pueblo y el mío como Hernández, se ha vuelto para mis adentros una especie de Ítaca, aquel lugar al que llegar para besar el suelo y deslizar los pies.

Hay lugares que se forjaron con personalidad tan acusada que ejercen de imanes a quienes se acercan. A veces no son conscientes de su belleza porque la llevan por dentro, como las cuevas que horadan el subsuelo con las que los antepasados sacaron la tierra adelante. Es increíble cuando te lo cuentan.

Tomelloso está cimentado sobre un túnel de cuevas, una radial enorme que comunica el pueblo por debajo. Cada tomellosero tenía su cueva para cuidar el vino y darle la temperatura… Y picaban hacia abajo porque en superficie el vino moría… Los hombres, con pico y pala… Las mujeres, con maroma, tirando de la soga, rompiéndose las manos y apurando callos en los dedos para sacar la tierra… Con lo poco que le pedimos los pobres a Dios, que nos salga bueno el azaón

Son las terreras a las que tanto debe el pueblo y a las que han de homenajear. La madre partera de lo que vino luego y levantaron los hijos en su honor. Miles de cuevas por debajo de la tripa y el vientre. Miles de sudores caídos en un suelo imposible, como señala Pavón. Si Tomelloso es algo, lo es por el arrojo de sus hijos.

Si hubiesen tenido estudios, la NASA se habría levantado en la Mancha. Pero había lo que había. Llanura, tierra y más tierra para correr. Después del horizonte, tras la comisura del beso y el viento, más llanura y más tierra… Por eso es tan importante honrar el talento de quienes nos precedieron. Los que no pudieron arar, se buscaron la vida…

Y así salió el Parnaso que aún hoy asombra a quien lo mira… Antonio López Torres, Antonio López García, Francisco García Pavón, Eladio Cabañero, Dionisio Cañas, Félix Grande… Una pléyade de artistas que valdrían para colmar una enciclopedia.

La Atenas de la Mancha también es conocida, porque Tomelloso sorprende por su esencia. Cómo es posible que salgan tantas flores de terreno tan pedregoso. Y cuando no, la cooperativa más grande del mundo. Todo en Tomelloso es a lo grande, desde los capachos al ingenio, desde la nave hasta el talento.

Volver a Tomelloso con la excusa que sea siempre es hermoso. Este fin de semana fue el guateque de los Canuthi, otros locos de la Mancha que ven gigantes donde sólo había molinos. Pero qué es la vida si no eso. El humor a la Mancha es consustancial para aguantar la llanura, los sesos y el calor.

En Tomelloso lo saben y hacen bandera de ello. El surrealismo se inventó aquí para hacer llevadera la vida. El chiste nace de la realidad y se riega con lágrimas. La sonrisa no es más que el envés de la paciencia y el letargo. Jugamos con la muerte y nos la pasamos como el toro por la cintura. El luto es negro y la cal a las paredes, pero nos reímos en los entierros.

Tomelloso, capital de la Mancha, espacio óntico, sideral, cósmico. Quien no haya venido todavía, está tardando. Para apreciar la luz de la vida, el secreto del inconsciente, el lebrillo, la boina, el majano. Nunca pensé que los antepasados enseñaran tanto…

Y cada vez que los miro de frente, es como si cayese del caballo. Tomelloso es la patria, el puerto, la frontera… Tierra Santa en la que descalzarse y dejarse abrasar por su tiempo, el ritmo, la cadencia. Si uno no le encuentra sentido a la vida, ha de venir a Tomelloso. Y mirar sus avenidas que fueron ganadas al campo para diluir la raya de lo urbano.

Todo se confunde en un mundo onírico en el que es difícil separar la verdad y la magia. Igual que el humor y la pena, la siesta y el duermevela, la uva y el vino. Los árboles salen al viento meciendo sus copas sinuosas, como si quisieran dar gracias a la tarde por haberla pintado así de hermosa. Entre el arte y la mística, Tierra Santa bajo el clamor de la aurora.