El título de este artículo es uno de los lemas centrales de Milei, el presidente argentino, que en Madrid ha sido condecorado por el gobierno del PP de la Comunidad. Imagino que los méritos para tales reconocimientos le vienen por políticas como la de destruir no solo la profesión del periodismo, elemento fundamental de la democracia, sino a los propios medios de comunicación. No sé si esto tiene algo que ver con la libertad de la que se habla en Madrid o es, tal vez, la libertad de los cementerios. Pero vayamos al grano.

La destrucción de la información periodística es la principal preocupación de quienes sienten tentaciones dictatoriales o ya son dictadores efectivos. La finalidad es limitar el alcance del pensamiento, estrechar el radio de acción de la crítica y una forma de controlar la realidad que sucede para sustituirla por la realidad que se inventa. El periodismo tiene como trabajo la búsqueda de la realidad como ocurre y no como la cuenta el poder. Sobre ese pilar la democracia es más democracia y si falta es menos democracia.

Asistimos al genocidio de los palestinos de Gaza. Pero dentro de esa hecatombe humana se está produciendo otra menor, sistemática, planificada, de gran trascendencia presente y futura. El grupo lo integran los periodistas, sobre todo los gráficos. A los europeos no les dejan entrar en la franja para informar. El número de periodistas muertos desde 2023 hasta hoy es de 232. Israel busca la impunidad de sus acciones en el presente y borrar huellas acusadoras en el futuro. Afortunadamente todavía quedan periodistas que arriesgan sus vidas para poder contarle al mundo las múltiples tragedias que suceden entre tantas tragedias colectivas.

La fotografía de una niña vietnamita rociada de napalm y con el extremo dolor saliendo de la cara y del cuerpo impulsó a la opinión pública norteamericana hacia la total repulsa de la guerra. Poco después se produjo la salida destartalada de los Estados Unidos de Vietnam. Ahora las fotografías de muertes por hambre, por desnutrición, por el disparo que acecha en las colas donde se reparte la poca comida que se reparte, están obligando a las sociedades occidentales a ser conscientes del horror inenarrable de Gaza. Un alto responsable de las Naciones Unidas ha dicho que "las personas en Gaza no están ni vivas ni muertas, son cadáveres andantes". Tal vez en un futuro no lejano el testimonio de tantos periodistas asesinados sirva de material -el primer borrador de la historia- para aplicar una justicia reparadora.

No de tan alto riesgo, pero no de menor intensidad, son las actuaciones que en las democracias occidentales sufren los periodistas por su trabajo diario. En estos días conocemos, cómo siendo ministro de Hacienda, el Sr. Montoro coaccionó a periodistas con la información que de ellos disponía su Ministerio. En el día a día se suceden las presiones, las llamadas para que no se publique tal o cual noticia. Los periodistas sufren riesgos de precariedad laboral, de bajos salarios, de ser despedidos, no por falta de profesionalidad, sino por cuestiones ajenas. Escuchamos a Trump pidiendo en una rueda de prensa en la Casa Blanca el despido de una periodista por preguntas que no le gustan. Se suceden las descalificaciones de periodistas acreditados por no hacer las preguntas correctas. Otros tienen prohibido asistir a las ruedas de prensa del presidente. Y más recientemente hemos sabido de la demanda millonaria de Trump contra el Wall Street Journal, periódico de su amigo Murdoch, por haber aludido a unas informaciones sobre pornografía infantil de los papeles de Epstein que perjudican al presidente. Ser periodista (es un tópico) resulta una profesión de riesgo. Para Milei, y quienes quieren trasladar sus políticas a España, aún no se odia lo suficiente a los periodistas.