He pasado unos días por Almagro, me gusta el teatro, el Festival y el pueblo. El combo es casi perfecto. Para completar la ecuación han venido a divertirse este año unos amigos míos de Valencia y hemos ido a ver a El Brujo. No me pregunten ni cómo se llamaba el monólogo, no lo sé es El Brujo, ya saben. Sí les puedo asegurar que nos reímos muchísimo, pero el espectáculo tenía más de chascarrillos de actualidad que de textos clásicos y el reputado actor aprovechó su lleno total para darle y muy fuerte a políticos e instituciones de todos los ámbitos.

Más allá de las ácidas críticas al ministro de Cultura por ser más ecologista que “cultureta”, al líder del PP por no tener ni “fe” ni “jo” y al parecido, según el cómico, muy razonable de nuestro presidente García-Page con Sancho Panza... Más allá de todo eso me quedo con algunas reflexiones, entrelazadas con versos de Santa Teresa o fragmentos del Quijote, con las que estoy muy de acuerdo.

El Festival de Almagro está de bajón, eso lo notamos todos los que llevamos décadas yendo. Y está de bajón por distintos motivos.

El primero es una falta de compromiso de las administraciones con el presupuesto de este evento, uno de los más importantes del mundo a nivel cultural y el más importante en lo que a teatro de los Siglos de Oro se refiere. Como siempre, la cultura está en la última fila y se la dota con lo que sobra, como los cómicos que en su día pedían a las puertas de las iglesias.

Lo segundo, desde mi punto de vista, es porque para atraer al público hay que ofrecer calidad. Y para ofrecer calidad, durante un mes entero todos los días de la semana, tienes que ser honesto. No se pueden vender todos los espectáculos igual, no se pueden cobrar todos los espectáculos igual. Lo brillante tiene que brillar y el relleno rellenar, creo que me están entendiendo.

Lo tercero es, y esto lo decía El Brujo, que tenemos un problema con la comprensión de los clásicos. Vivimos en el mundo de la tecnología, en el que todo el mundo sabe hacer el paso coreano, para salir favorecido en el Instagram, todo el mundo sabe lo que es un haul o un unboxing, en los que los influencers nos enseñan sus últimas compras, pero le hemos dicho adiós a la reflexión, a la lectura, a la comprensión lectora, a la cultura clásica.

¿Qué sentido tiene un festival en el que se recita a Calderón, Lope, Shakespeare o Sor Juana Inés de la Cruz? Si los espectadores no entienden ni una sola palabra de sus textos, si no te resuena en el corazón el amor, la desesperación, el desasosiego, ¿qué sentido tiene un Festival si vamos a posturearlo y no vamos a saborearlo?

Decía El Brujo que si exprimes un limón la última gota es esencialmente dramática y yo me pregunto, ¿hemos exprimido ya todo el limón de Almagro?

Me llamo Ángeles y estos son mis demonios