El PSOE celebra con entusiasmo su congreso como si estuviera en plena luna de miel con la ciudadanía. Aplausos, lemas huecos, discursos coreografiados y promesas que ya pocos escuchan. Pero, ¿qué celebran exactamente? ¿Que siguen acumulando casos de corrupción? ¿Que firman solemnemente el compromiso de no robar, de no usar dinero público en prostíbulos, de no colocar en altos cargos a gente con historial de baboso?

Es surrealista. En vez de rendir cuentas, el PSOE firma códigos éticos que suenan a broma de mal gusto. Como si un bombero firmara que no va a provocar incendios. Como si un médico prometiera por escrito que no se va a emborrachar antes de operar. A eso hemos llegado: a la política del autoindulto moral.

Mientras tanto, Pedro Sánchez sigue blindado por su núcleo duro, como si no pasara nada. A su alrededor, casos de corrupción salpican a dirigentes clave, exsecretarios de organización imputados, redes de favores, manejos turbios... y la reacción es siempre la misma: negar, minimizar, pasar página y cuando se les pilla con las manos en la masa, la respuesta es pedir perdón y seguir como si nada. No basta un "lo siento" para limpiar años de podredumbre.

Y por si fuera poco, ahora también se acumulan los casos de machismo en el partido sanchista. No uno, ni dos; una retahíla de comportamientos indecentes, comentarios fuera de lugar, y un goteo de testimonios sobre socialistas con actitudes babosas, incluso entre los que estaban a punto de ser nombrados para cargos relevantes. Lo más llamativo es que, pese a todo, muchas mujeres del partido siguen arropando públicamente a Pedro Sánchez, cerrando filas aunque las banderas de la igualdad se estén quedando deshilachadas por dentro.

¿Cómo es posible? ¿Hasta dónde llega la lealtad partidista? ¿Cuánto hay que soportar por un escaño o por una promesa de futuro? En cualquier otra organización, estos escándalos serían motivo de renuncia. En el PSOE, en cambio, parecen requisitos para subir un peldaño más.

Este congreso no es una cita con las bases; es una ceremonia de autocelebración, un espejismo donde la autocrítica está vetada y el cinismo desfila por la alfombra roja. La ética se ha convertido en un documento más para firmar, no en una forma de hacer política. Y mientras los discursos hablan de transparencia y regeneración, el partido sigue caminando con los mismos vicios.

Desde fuera, lo único que se ve es un PSOE más preocupado por salvar la cara que por limpiar la casa. Un partido sanchista que ha olvidado que la decencia no se vota ni se pacta; simplemente, se practica.

Pero lo que verdaderamente ha sonado absolutamente surrealista es el hecho de que al presidente Page le han recibido en la calle entre pitos y abucheos. Un sinsentido que, para mí, pone de manifiesto el grado de ridiculez que envuelve el PSOE de Sánchez y no al del resto de los socialistas.

¿Pitos a Page? ¿A los españoles, independientemente del partido al que voten, les gusta la corrupción, los ladrones, los machistas, babosos, etcétera? Sinceramente, creo que no.