Ahora imaginen el siguiente escenario, que es real. El presidente de otro país, muy importante, desde luego, impone lo que otros países deben invertir para su defensa. Un cinco por ciento del presupuesto nacional, se establece. También podría haber propuesto otro porcentaje. Da igual a los efectos de este artículo. Porque aquí lo que se cuestiona es si el presidente de un país ajeno puede marcar la política de países distintos, si puede condicionar la soberanía política y estratégica de países de la Unión Europea.

La derecha hispana, tan nacionalista ella, tan patriota ella, se ha prestado a obedecer al líder del mundo que, ya vamos viendo, es menos libre. No les importa la soberanía patria. El Sr. Trump decide dirigir las políticas internas de los países de Europa y ante ellos se pliegan. El Sr. Trump emplea dos de sus tácticas preferidas, el chantaje y el miedo. Sus prácticas matoniles asustan no solo a sus propios ciudadanos, sino también a los de otros lugares. Los enanos no quieren enfadar a los gigantes. Y, además, esa interferencia en la política interna de los países tiene un objetivo claro: que el incremento de los presupuestos de otros sea invertido en las industrias armamentísticas de su propio país. Mis deudas y mis déficits los pagan otros. ¿Alguien puede aceptar este posicionamiento sin rechistar? ¿Dónde queda el orgullo patrio? ¿Dónde la independencia y autonomía de los países? Se confunde la geopolítica y la defensa propia con el interés económico de un país tercero que necesita sanear sus cuentas. Y a esto se presta la derecha patriótica. Está más que visto que lo del patriotismo, al menos en España, es más un recurso teatral o literario que una realidad nacional sentida.

Y en la otra parte se ha situado el presidente del Gobierno de España, Sr. Sánchez. Por supuesto, tiene el rechazo de la derecha más ultra; o sea, la actual española. Pero también la de opinadores y tertulianos. No debería ir en solitario el presidente de España contra la medida de Trump, ha escrito alguno. Tendría que haber armado, al margen de la Unión y de la OTAN, un frente de rechazo, es la opinión de terceros. Otros prefieren centrarse en la mierda interna antes que valorar la gran audacia de enfrentarse al líder norteamericano, egoísta y desnortado. A Trump ya no le importa la OTAN, pero no quiere perder el potencial inversor que exige a Europa para su defensa. La independencia defensiva que debe financiarse Europa a través de la OTAN se condiciona a las necesidades armamentísticas de la industria bélica norteamericana.

Si el viaje a China del presidente español no gustó a las derechas hispanas, temerosas de ofender a Trump, tampoco les gusta que España no esté dispuesta a sacrificar parte de su bienestar social a las urgencias presupuestarias de un país tercero. Y eso sin renunciar a una Europa fuerte, sólida, capaz de autodefenderse ante hipotéticas amenazas externas. Las relaciones internacionales consisten no en claudicar, sino en salvaguardar los propios intereses frente a injerencias invasivas de presidentes caprichosos. No deja de ser raro y sospechoso que defender el respeto a las políticas internas del propio país, sin atentar contra el resto de miembros de la Unión, no se entienda y se apoye en España. Claro, que pocas cosas son comprensibles de las derechas españolas.