El problema de ser un partido atrapalotodo es que, al final, te quedas en nada. El concepto lo acuñó el politólogo alemán Otto Kirchheimer en 1966, por lo que parece poco probable que lo hiciera imaginando que, 59 años después, un presidente del Gobierno de España llevaría el término a su máximo esplendor. El partido catch-all, en teoría política, es aquel que, ante el proceso de desideologización de finales del siglo XX, se convierte en una especie de contenedor que intenta acoger a votantes de todo tipo.
El PSOE se ha convertido en una poderosa maquinaria electoral que se activa en los procesos de captación de votos como ningún otro; capaz de concitar, por miedo, tradición o de un modo circunstancial pero eficaz, a personas muy diferentes: de izquierda radical o moderada, centristas, nacionalistas tibios, abstencionistas, pragmáticos, etc. Su bagaje ideológico ha quedado reducido a la nada. Sánchez ha convertido el partido en una agencia de colocación y marketing, donde el afiliado ha perdido su rol crucial, suplantado por una colección de expertos y tecnólogos que aplican las más vanguardistas técnicas de captación para lograr el único objetivo declarado: la victoria electoral.
Y en ese contexto interno es donde el PSOE encuentra su principal obstáculo. Ahora que Mazón ha decidido suicidar a Feijóo y que este prefiere galleguear a guerrear, el único riesgo real que tiene el sanchismo es la implosión. Porque todavía hay en el PSOE quienes recuerdan lo que fueron: exiliados, obreros y jacobinos. Un buen ejemplo es Emiliano García-Page, que, aunque aprovecha lo bueno que le queda a las siglas —una estela de reconocimiento sentimental—, se resiste a hincar la rodilla ante el vaciamiento sustancial que Sánchez ha emprendido. Podrá decirse, con razón, que las pataletas del presidente de Castilla-La Mancha son circunstanciales, poco eficaces y que, a la hora de la verdad, no acaba de dar el portazo que tantos le reclaman. Pero también lo es que su voz es la única, más allá de los veteranos sin cargo ni responsabilidad, que se atreve a disentir. No es suficiente, es verdad, porque los tiempos oscuros requieren líderes valientes dispuestos al sacrificio; pero es más de lo que puede decirse del 99 % de los cargos públicos del PSOE.
Ante el triunfo evidente de estos partidos atrapalotodo, llama la atención la falta de una respuesta ciudadana. Hay intelectuales que firman manifiestos todos los días, pero el eco de sus críticas apenas traspasa el umbral de sus propios cuerpos. Hay gente que escribe posts en las redes sociales, pero sus lamentos quedan ensordecidos entre el festival de ruidosos extremistas que allí anidan. Dijo Peter Mair que "los partidos están fracasando porque la zona de interacción se está vaciando". Se ha roto el vínculo que unía al representante con el ciudadano. Sánchez, en su nada, lo sabe mejor que nadie. Por eso sigue ganando elecciones mientras los demás, ay, se lamentan en los grupos de WhatsApp.