Aún con la resaca del 8M, vengo a hablarles de una mujer nacida en Toledo a principios del siglo XX. Se llamaba Soledad Ruiz-Capillas y, gracias a las investigaciones de otra mujer, Elena Giné, sabemos que formó parte de la escuela de Ramón y Cajal, considerado el padre de la neurociencia.
La profesora titular de Biología Celular en la Universidad Complutense de Madrid contaba hace poco en la Biblioteca de Castilla-La Mancha cómo llevada por la curiosidad comenzó a indagar en archivos y hemerotecas sobre la extraña ausencia de las mujeres en los laboratorios del primer científico español en ganar el Nóbel de Medicina.
Las expectativas eran muy bajas. Para empezar, había un contexto que silenciaba la participación de las mujeres en la ciencia, entre otras muchas disciplinas, y tampoco había referencias. Elena se puso manos a la obra junto a los también investigadores Cristina Nombela y Fernando de Castro y dio con las fuentes.
En la lista que elabora el propio Cajal con motivo de la concesión de la Medalla Echegaray, incluye a dos mujeres entre los miembros de su escuela: la australiana Laura Forster (que tiene una vida de película) y la madrileña Manuela Serra. Ambas aparecen también en la tercera edición de sus memorias en 1923. Para entonces, en España, las mujeres solo llevaban una década pudiendo acceder a la universidad en las mismas condiciones que los varones.
Además, encontraron en ABC un artículo publicado en 1929 por un exalumno de Cajal, Fernando Pérez, que vuelve a citarlas y menciona por primera vez a la doctora Ruiz-Capillas como colaboradora.
Soledad tenía entonces 27 años. Era hija del ingeniero militar Rogelio Ruiz Capillas y Rodríguez, natural de Málaga. En Toledo inició estudios secundaria, que completó en Madrid, y después cursó Medicina en la Universidad Central. Era brillante, según Elena. Obtuvo el número uno por unanimidad del tribunal en las oposiciones al alumnado interno de la Beneficencia Provincial y la prensa de la época se refiere a ella como "médico femenino". Fue la mujer en dirigir un balneario, concretamente el de Fuensanta de Gayangos, en Burgos, del que solo quedan las ruinas.
En 1928, Soledad ingresa en el grupo de investigación en neuropatología y neuropsiquiatría que dirigía Gonzalo R. Lafora en el primigenio Instituto Cajal. Allí se dedica a investigar sobre neurotóxicos en el cerebro al tiempo que estudia estomatología, algo en lo que también fue pionera.
Finalmente abandonó el laboratorio e inició un ajetreado periplo por España que la llevó de nuevo a los balnearios y finalmente a Gerona, donde se estableció como odontóloga en 1935. Allí se pierde su pista, aunque sabemos que también vivió en Palma de Mallorca y que falleció en Alicante en 1990, a la edad de 88 años.
Soledad Ruiz-Capillas fue una de las pocas investigadoras de la escuela de Cajal, en la que también hubo neuroilustradoras como Conchita del Valle, María García y Erna, cuyo trabajo resultó decisivo para apoyar a los científicos que no dibujaban. El mismo Cajal estaba tan extraordinariamente dotado para las artes como para las ciencias, convirtiéndose en exponente de la tercera cultura un siglo antes de que se acuñara el término.
Al rescatar del olvido todos estos nombres, Giné, Nombela y De Castro han logrado visibilizar la aportación femenina a la neurociencia española y mundial, reivindicando esos referentes de los que tanto habla entre el 11 de febrero y el 8 de marzo.
Lamentablemente, fuera de este periodo todavía hay quien descuida la constancia en una labor tan necesaria como urgente en el largo camino pendiente hacia la igualdad. Elena nos decía en su charla que le encantaría saber qué pasó con la doctora Ruiz-Capillas desde la Guerra Civil hasta que acabó sus días junto al Mediterráneo.
Si tienen alguna pista, o mucho mejor, si han identificado a su antepasada en estas líneas, por favor, contacten con este periódico y cuéntennos qué fue de Soledad.