Leo en este digital: "La restauración que se está llevando a cabo en la antesala capitular de la Catedral de Toledo ha sacado a la luz pinturas murales al óleo sobre yeso de Juan de Borgoña, una obra de arte realizada en 1511 que quedó oculta en 1780". Al parecer, la obra del introductor del Quattrocento italiano en la península ha sido descubierta al desmontar un armario, 250 años después de su instalación, según informa la Archidiócesis de Toledo. Parece que llevaban tiempo sin hacer limpieza…
Pero, por extraño que parezca, no es la primera vez que pasa algo así en Toledo. A bote pronto me viene a la cabeza el caso del Salón Rico del palacio de los Trastámara, descubierto también por casualidad hace unos años a pocos metros de la catedral, en lo que fuera el taller mecánico del Corralito de Don Diego. ¿Y qué me dicen del pequeño tesoro sefadí localizado hace un año en pleno barrio de la judería? Fue durante las obras de rehabilitación de una vivienda, más de 500 años después de haber sido escondido -para que nadie lo encontrara, según los arqueólogos- en los días previos a la expulsión general decretada por los Reyes Católicos.
¿A cuento de qué le traigo todo esto a esta columna, querido lector? Pues que puestos a pensar -y especular- sobre lo que aún nos queda por descubrir en Toledo, propongo hacer aquí un ejercicio de 'historia-ficción', o lo que es lo mismo, un 'qué pasaría sí…', tan de moda en estos tiempos de multiversos Marvel. A priori planteo tres 'fantasías', pero admito sugerencias para próximas entregas.
La mítica Mesa del Rey Salomón es, sin duda, la fantasía máxima de cualquier forofo de los tesoros toledanos perdidos. Según cuentan las malas lenguas, Lorca, Dalí y Buñuel, en sus tiempos de estudiantes en Madrid, vinieron más de una vez a Toledo en busca de esta mítica mesa, que otorgaría la sabiduría absoluta a su poseedor (y, ya que estaban aquí, disfrutaron de la etílica noche toledana de la época). Puro surrealismo.
Tampoco estaría mal descubrir la tumba del Greco. Y es que, digan lo que digan los folletos turísticos, el Greco no está -ni se le espera- en Santo Domingo el Antiguo. Allí fue enterrado en 1614, pero igual que llegó se fue. Según la documentación existente, el cretense fue exhumado a los cuatro años por las monjas del convento.
Al parecer, las hermanas eran muy suyas y no llegaron a un acuerdo con la familia a la hora de cobrar el servicio, por lo que el Greco terminó siendo enterrado de segundas en otro convento, el de San Torcuato, sito en la calle del mismo nombre y demolido a mediados del siglo XIX. De él solo queda en pie la fachada de la iglesia, diseñada -cosas de la vida- por el hijo del pintor cretense. No me digan que no sería un buen giro de guión que en la reforma del baño de la vivienda de al lado apareciera el sarcófago del Greco, con nombres y apellidos. ¿Quién sabe? En Toledo todo es posible, arqueológicamente hablando.
Pero, estarán conmigo, que la fantasía máxima en esta búsqueda de tesoros toledanos sería encontrar de una vez la ciudad visigoda perdida. Está vez no es cuestión de dilucidar si se trata de solo un mito o tiene alguna base real, como la Mesa del rey Salomón. Ni tampoco de saber dónde está realmente, como la itinerante tumba del Greco. La Toledo visigoda existió y creo que todos -salvo algún despistado- tenemos muy claro debajo de dónde encontrarla. La cosa aquí tiene que ver más con el interés. Mejor dicho, con la falta de interés.
20 años después de la paralización del proyecto urbanístico en la Vega Baja ante la evidencia arqueológica de que bajo ese suelo está una parte de la capital del Reino Visigodo de Toledo, seguimos sin encontrar nada, más allá de anuncios y promesas nunca cumplidas. La última de ellas en 2023, cuando se volvió a hablar de la musealización de unos restos arqueológicos nunca encontrados del todo.
Insisto en esto de nunca encontrados, pero no porque no existan, sino porque en estas dos décadas de dimes y diretes no se ha realizado ningún estudio arqueológico sistemático. Si fuera mal pensada diría que lo que pasa es que no los quieren encontrar, que lo que se busca es dejar pasar el tiempo para convertir una realidad palpable en un mito y, después, negar su existencia y construir encima un Primark. Pero eso sería pensar mal, ¿no creen? Se verá.