Escribí en los años 80 en el ABC verdadero que la Generalidad estaba dando un trato al castellano similar al que el dictador Franco dispensó al catalán. Me llamó Jordi Pujol, un peso pesado de la política que ha rendido servicios impagables a la estabilidad de España, cosa que conviene no olvidar aunque eso no le exculpe del grave asunto que él mismo reconoció. Me dijo el que fue gran presidente de la Generalidad que estaba equivocado y que el trato al castellano en toda Cataluña era correcto. Envié a un equipo de reporteros que visitaron más de un centenar de escuelas y colegios, además de centros culturales del más vario género. Jordi Pujol no tenía buena información. El castellano era ya, hace treinta años, víctima de una exclusión considerable. Ahora, en determinadas instancias catalanas, se le persigue como Camus a las ratas.

Esther Armora ha desvelado algo que en la letra o el espíritu se está generalizando en Cataluña. Un libro de tercer curso de ESO sobre Lengua y Literatura Catalana (Ed. Casals) califica al castellano de “lengua forastera bajo imposición militar”. Hay que tener tupé para una afirmación como esa. Desgraciadamente es lo que se está enseñando a los adolescentes. Semejante atrocidad es una manipulación más en el tenaz esfuerzo para conducir a las nuevas generaciones al secesionismo. La adulteración de la Historia produce náuseas.

Todos los habitantes de Cataluña hablan castellano y la mitad catalán. Durante la dictadura un grupo de escritores no catalanes firmamos un manifiesto en favor de la bellísima lengua de Pla y Maragall. Y José María Pemán, andaluz, el escritor más celebrado en aquella época, publicó en el ABC verdadero un artículo inolvidable: “El catalán, un vaso de agua clara”.

La “lengua forastera” que hablan todos los catalanes, a pesar de las persecuciones de Arturo Mas y sus cómplices, es el segundo idioma internacional tras el inglés. Como lengua materna, con sus 550 millones de hablantes, ocupa ya el lugar de cabeza. En Estados Unidos el 82% de los estudiantes de idiomas han elegido el castellano. En países como Alemania o Suecia, tras el inglés, los estudiantes aprenden la lengua de Cervantes y Borges, de Quevedo y Juan Rulfo, de García Lorca y Neruda, de Gimferrer y Octavio Paz.

Ese exabrupto contra el castellano recogido en el libro del tercer curso de ESO es una muestra más de la manipulación histórica y del esfuerzo de la Generalidad para erradicar un idioma que es el oficial junto al catalán de la Comunidad Autónoma. Arthur Miller nos dijo en Oviedo con motivo de la entrega de los Premios Príncipe de Asturias: “En el siglo XXI, tres son los idiomas que hay que saber para no ser analfabeto: el inglés, el español y la informática”. No le faltaba razón al gran dramaturgo. Internet ha convertido en pura arqueología la aldea global de McLuhan. La globalización de la información y la cultura exige un conocimiento razonable del inglés, del español y de la informática.

No quiero entrar en descalificaciones. Arturo Mas está haciendo con el castellano lo que el dictador Franco hizo con el catalán. A muchos les parecerá lógico porque el señor Mas se considera ya el salvador de la patria, el caudillo de Cataluña por la gracia de Dios, el Generalísimo de los futuros Ejércitos catalanes de Tierra, Mar y Aire.

ZIGZAG

Asistí al estreno de El Público de Lorca en Madrid. Gracias a Martínez Nadal se salvó un texto que anticipa una buena parte del teatro europeo posterior desde Artaud a Samuel Beckett. Recuerdo la emoción que me produjo la obra, convertido el patio de butacas en escenario, con los espectadores en los palcos y el entresuelo. Escrita en parte en Cuba, devastado el poeta por el amor no correspondido de Emilio Aladrén, la obra canta la libertad homosexual y se adentra en el entendimiento ontológico del ser. Ahora, convertida en ópera por Sotelo e Ibáñez, se prepara su estreno en el Teatro Real. Estamos ante un gran acontecimiento cultural.