Se ganó la admiración de Pablo Picasso. Fue el gran amigo y colaborador de Federico García Lorca. Se integró en La Barraca. Ilustró el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. Pintó la escenografía de Bodas de sangre. Recuerdo el estremecimiento que me produjo su Pasión y muerte de Federico. El poeta acribillado a balazos, con la sangre abierta sobre el cuerpo enrojecido, fue una impresionante portada del ABC verdadero.

José Caballero mantuvo también amistad permanente con Rafael Alberti. No olvidaré nunca las tertulias nocturnas en su casa de Avenida de América con Manolo Rivera, con Marifer y Mary, y la conversación incesante en torno a Rafael, bajo la lluvia de poemas y recuerdos. Y, sobre todo, José Caballero fue el gran amigo español de Pablo Neruda. Colaboró con él desde Caballo Verde para la poesía hasta la Oceana volcánica y definitiva. Muerta Matilde Urrutia, que era mi amiga querida y admirada, José Caballero me pilotó para que visitara en su casa de Santiago a la Hormiga, a Delia del Carril, que tenía ya 101 años y con la que mantuve un encuentro y una conversación inolvidable para mí y para María Angélica Bulnes, la gran periodista chilena, que me acompañó. Durante los diez años en que granó mi relación intensa con Pablo Neruda me di cuenta de que el verdadero amigo que el poeta tenía en España era José Caballero, al margen de la presunción de algunos giliporcelanas.

Ahora Juan Miguel Hernández de León ha tenido el acierto de agavillar en el Círculo de Bellas Artes la obra en papel de José Caballero. Inmediatamente después de los nombres grandes del siglo XX, Picasso, Miró, Gris, Dalí, Sorolla, Sert y Tapies, está el nombre de José Caballero. Desde el surrealismo imaginativo y místico hasta el abstracto profundo y metafísico, la pintura de José Caballero, en este caso el dibujo, vibra de sinceridad en las vanguardias artísticas, con ese aliento de los ideogramas chinos que se derrama a veces sobre una obra original y atónita, sepultada en los agujeros negros de la nada.

Me ha producido enorme satisfacción, y no solo artística, el homenaje que se ha rendido a José Caballero con esta exposición que abre ante los espectadores los caminos de papel del extraordinario artista. Entre el jadear de las maderas y los cuerpos recentales, el pintor se mofa del cortejo triunfal de los cabrones bien pensantes, de los hideputas envilecidos, de las cavernas de la destrucción y del sectarismo. El tiempo se hace oquedad perpetua en los dibujos abstractos de Caballero, se entristece el tiempo de la desmemoria, nos abruma el desamor, se escucha la palabra pedernal y se acompasa el péndulo funeral del corazón mientras permanece vivo todavía el deseo del artista de yacer sobre el lecho candente de la noche. El alma azul y vegetal de José Caballero impregna esta exposición que persigue las huellas fugitivas del pintor por los caminos, a veces enloquecidos, en ocasiones devastados, de la libertad y la belleza.

ZIGZAG

Del albañal al armiño, la vida de Jesús Aguirre se adensa entre el susurro y el gemido en el libro, magnífico por cierto, que ha escrito Manuel Vicent. Mantuve larga amistad con Jesús Aguirre. Nos reuníamos en casa de Pedro Sainz Rodríguez con el cardenal Tarancón. Don Pedro hablaba de mística, el prelado de política y Aguirre de sí mismo. Aquel curita era ingenioso y mordaz, altivo e impertinente. Aspiraba a todo, en especial a ahorcar el alzacuellos e integrarse en la divina progresía. Lo consiguió, para después zafarse de la cutrez izquierdosa y convertirse en duque de Alba, dominado en muy poco tiempo por la apabullante vitalidad de Cayetana que mantuvo genuflexo al clérigo volteriano hasta su muerte. Los palacios ducales terminaron por agobiar la depresión del extraño inquilino que recitaba la increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada. Comparto la admiración crítica de Vicent por Jesús Aguirre, si bien nunca me deslumbró la luz cenital que de él se desprendía. Su vida parece el fruto de la imaginación de Valle-Inclán. No es así. Fue real como la muerte misma.