Image: Nuestro Joan Perucho

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Primera palabra

Nuestro Joan Perucho

1 noviembre, 2000 01:00

En aquellos días pamploneses, Perucho nos dijo que publicar, para él, durante mucho tiempo había sido como ir tirando libros a un pozo, sin saber muy bien si al fondo había alguien pendiente para recogerlos

Celebramos estos días el 80 cumpleaños de Joan Perucho, poeta, narrador, crítico de arte, y una de las personalidades más polifacéticas y admirables de las literaturas catalana y española de la posguerra.
Catalán, y español. Perucho, indistintamente Joan y Juan, jamás ha tenido problemas a la hora de compatibilizar sus dos idiomas. Hombre inteligente, ha percibido siempre como riqueza esa compatibilidad.

Mis primeros recuerdos de la lectura de Perucho se remontan a la casa paterna, y a la segunda mitad de los años sesenta. Perucho era una de las firmas -otras: Josep Pla, Cunqueiro, Néstor Luján, Delibes, Porcel...- que semanalmente me llegaban a través de "Destino", revista que después de leerla él, me enviaba un querido pariente barcelonés. Perucho era también un amigo de la casa, alguien que había promovido, en la "Biblioteca de Arte Hispánico" que dirigía en "La Polígrafa", la publicación del libro paterno sobre la arquitectura prerrománica asturiana, alguien del que pronto leí El arte en las artes, volumen que recoge precisamente parte de sus críticas en el seminario, y donde encontré ejemplar su artículo contra el José María Ginorella que había arremetido contra Tàpies.

Como lector, Perucho nos ha abierto muchas puertas. Cuando en 1982 lo conocí en Pamplona, junto a otros de mis compañeros de generación, me asombró su capacidad de entusiasmo, el modo en que aquel hombre siempre extremadamente comedido y educado tenía de, cuando se hablaba de algún escritor de su gusto, empezar a dar, literalmente, botes que lo hacían casi levitar por encima de los muelles sillones del Hotel Maisonnave. Sucesivamente, salieron a colación, entre otros nombres que ahora no recuerdo, Eugenio d´Ors, Mourlane Michelena, Sánchez Mazas, ángel María Pascual y sus Glosas a la ciudad -a aquella, precisamente, en que nos encontrábamos-, Francisco de Cossío -por sus memorias vallisoletanas-, los Villalonga, el tándem compuesto por Cunqueiro y Castroviejo, Guillermo Díaz-Plaja y su Arte de quedarse solo, Rafael Montesinos, Julián Ayesta y su Helena o el mar del verano, Ayesta al que poco tiempo después yo conocería en Belgrado, y cuya tumba gijonesa quiere él visitar un día...

También fue durante aquellos días pamploneses cuando le escuché a Perucho algo que me llamó profundamente la atención. Nos dijo que publicar, para él, durante mucho tiempo, había sido como ir tirando libros a un pozo, sin saber muy bien si al fondo había alguien pendiente de recogerlos. Los que estábamos ahí, nos vino a decir también, éramos como los poceros, gente de una generación nueva, que habíamos ido recogiendo sus libros, los habíamos leído, los habíamos devuelto a la vida...

Sus libros, sí, nos acompañaban desde hacía ya algún tiempo. El Mediterráneo como "mar blava", como puente, a lo Nicolau d´Olwer, que revelaba Libro de caballerías, con su inicio en el Montpellier moderno. El Maestrazgo ochocentista, con vampiro carlista incluido, de Las historias naturales. La ronda de los días encerrados en Galería de espejos sin fondo, parte del cual nos hablaba de sus años como juez en Gandesa. Los mil y un laberintos de Los misterios de Barcelona, uno de los volúmenes misceláneos que había publicado en la benemérita colección "Ciempiés", por él dirigida, y donde había dado cabida a títulos de sus amigos de "Destino". Las Historias de balnearios, en una de las cuales figura un homenaje a Archipenko...

Frente el gusto imperante durante los años cincuenta y sesenta, siempre me impresionó el modo que tuvieron Perucho y sus amigos de tirar para adelante, sin importarles que su arte, que su gusto por la fabulación no estuvieran bien vistos por quienes entonces dictaban las normas de lo "literariamente correcto".

En el Perucho poeta están a buen seguro las claves últimas de su personalidad. Un tanto secreto, oculto por el narrador, el poeta ha dicho, en versos inmortales, el tiempo que pasa, su amor por Barcelona o por la paz de Albiñana, su admiración por al pintura de Klee o la música de Copland. Ha escrito versos conmovedores sobre la guerra civil. Ha fijado el fugaz perfil de ciudades lejanas, entrevistas. En Los muertos ha recordado a varios amigos idos.

No mucho tiempo después de aquel encuentro pamplonés, visité el apartamento de los Perucho en la Barcelona alta, una casa de la vida en cuyas paredes coexisten múltiples saberes, múltiples fes y múltiples curiosidades, y muy especialmente libros ochocentistas, y cuadros de la época de "Dau al Set", movimiento cuya nocturnidad no podía no atraerle a quien declara su interés por la "poesía, la magia, la cocina con misterio, los castillos y el fumar".

Pamplona fue lugar de otro encuentro -imaginario éste- con Perucho. En 1986, Miguel Sánchez-Ostiz, presente ya en el Maisonnave, nos convocó a varios amigos a escribir en su revista "Pasajes", sobre quien ya por aquel entonces se nos aparecía como uno de nuestros faros. Por mi parte, creí que la mejor manera de rendirle homenaje, era hablar de su España, en la que coexisten armoniosamente -como en su apartamento- cosas que otros se empeñan en considerar incompatibles entre sí: las rectas calles de Vilanova i la Geltrú, la Galicia romana, los colores de Miró, el Bilbao de Pedrito de Andía, la Lérida del pianista Ricardo Viñes, el Cádiz de las Cortes...