Primera palabra

Evocación de José Agustín

28 marzo, 1999 01:00

¿Tenías ya setenta años? ¿Es que la poesía, que te acompañó a lo largo de tu vida y que cristalizó en más de veinte libros, fue tu elixir de juventud? Te vi, te veo, joven. Buenos días, José Agustín

Nos vimos, por última vez, el otoño pasado, en Barcelona. Nos despedimos, como en muchas otras ocasiones, con un abrazo y el lacónico "hasta pronto".
El pasado domingo, al embarcar en un avión en el que regresaba de Atenas, un pasajero me dio la noticia, acababa de leerla en un periódico español del día anterior: "Goytisolo ha muerto". Pensé, apoyándome en el famoso poema de Donne, que no hay que preguntar "por quién doblan las campanas: están doblando por ti".
La emoción producida en mí por la noticia era consecuencia, ante todo, de la calidad humana de José Agustín: fundamentalmente un hombre bueno, un celestial, en un sentido muy diferente del que él lo utilizó en uno de sus poemas más críticos e irónicos. Recuerdo su persona en el bar en que escribo apresuradamente estas líneas (un lugar semejante a tantos otros en los que charlábamos tomando nuestras copas). La segunda que tome ahora será a manera de una libación pagana a su memoria.
Hombre bueno, he escrito, lo que para mí constituye un don impagable. Pero, por si las moscas malpensadas, quiero que quede claro que hablar de su condición humana no es un recurso para no referirme a su poesía. Se puede ser hombre bueno y mal poeta. O criatura malvada y buen poeta. Son etiquetas que a veces utilizamos para callar, sesgadamente, la admiración o la repulsión por una obra, cargando el acento sobre la persona.
José Agustín era un buen poeta. Vinculado, como de sobra es sabido, al Grupo de Barcelona, hoy aniquilado por la muerte: Ferraté, Costafreda, Gil de Biedma, Barral. Constituyeron un islote emergido en la década de los cincuenta, cuando la poesía social inicia su declive como corriente dominante. Los que dan por entonces sus primeros pasos -además del Grupo de Barcelona en sentido estricto, otros, como Vázquez Montalbán o, fuera del ámbito barcelonés, ángel González-, o rompen abruptamente o continúan por otros caminos el rumbo de la poesía social y crítica, aunque sustituyendo la crispación por la ironía. Más cultos, más informados, ponen su mirada en la poesía anglosajona.
No es solamente lo social lo que une a Goytisolo con la oleada anterior, sino que, entre los diversos aspectos de su obra, no podemos olvidar su poesía urbana, cuyo tema, inspiración y sentido último se llamaría posteriormente, y como si fuese un gran descubrimiento, poesía de la experiencia, etiqueta que él siempre rechazó. Es la faceta en la que el poeta habla de sí mismo, no sólo de lo que en el entorno suyo ocurre, sino que se sitúa como personaje cuya intimidad se desarrolla en la ciudad; es esa llamada poesía ciudadana, poesía de la cotidianeidad, que se desenvuelve al margen de un período histórico determinado.
La diferencia entre ese poeta de lo social y este poeta de lo cotidiano es que el primer Goytisolo pretende ser aquel instrumento para transformar el mundo del que hablaba Celaya, en tanto que esta faceta nos presenta al poeta inmerso en la vida cotidiana, insisto, y tratando el amor o el sentimiento de la felicidad o cualquier otro tema resignado a reconocerse en aquel niño al que decían "Nunca serás nada", y que por la ironía, por el humor, se libera de toda amargura.
Lo que también distingue la poe-sía de Goytisolo de la de sus compañeros del Grupo de Barcelona es su ternura, un algo infantil como si descubriese el mundo en cada poema. Como si no renunciase a la tradición española para embarcarse en la anglosajona, en la que, en cada poema, nos habla, más que un poeta que canta, un intelectual que piensa. Por eso su poe-sía puede suscitar el interés de quienes, como Paco Ibáñez, descubren los valores musicales, aptos para ser cantados, de sus versos. Y por eso algunos de sus poemas son recordados, música y letra, por muchos que no son lectores profesionales de la poesía.
Ha muerto en plena juventud. Pero ¿qué digo? ¿Tenías ya setenta años? ¿Es que la poesía, que te acompañó a lo largo de tu vida y que cristalizó en más de veinte libros, fue tu elixir de juventud? Te vi, te veo, joven. Buenos días, José Agustín. Hasta pronto.