Entrevista. En 1984, durante el Festival de Cannes, tuve la suerte de entrevistar, junto a otros compañeros de la prensa internacional, a John Huston (1906-1987), que concursaba con su versión de Bajo el volcán, la agónica novela de Malcolm Lowry. Con una camisola y un pantalón blancos, Huston ya estaba sentado en un butacón cuando nos recibió en su suite.
Diagnosticado de enfisema seis años antes, Huston hablaba despacio y con gran dificultad. Le asistía Maricela Hernández, una joven mexicana, su enfermera y compañera de vida durante sus diez últimos años. Maricela le proporcionaba constantemente pañuelos de papel y se los recogía cuando el director tosía sobre ellos.
Huston parecía estar en las últimas, aunque se expresaba con lucidez, pero todavía tuvo arrestos para filmar la muy divertida comedia negra El honor de los Prizzi (1985) y para dejarnos su magistral testamento cinematográfico, Los muertos (1987), que dirigió sentado en una silla de ruedas y respirando gracias a una bombona de oxígeno. Murió en su casa de Middletown (Rhode Island), cuatro meses antes del estreno de la película, asistido por Maricela, a la que está dedicado el filme.
Chejoviano. He vuelto a ver Los muertos –está en Filmin– con ocasión de la publicación en Nórdica del cuento homónimo de James Joyce (Dublín, 1882 - Zurich, 1941), que también he releído. Los muertos es el relato que cierra la selección de quince de Dublineses (1914), primera obra narrativa del escritor irlandés, inmediatamente anterior a su Retrato de un artista adolescente (1917) y muy alejado en el tiempo, en la forma y en todo –lenguaje, estructura...– de las explosivas revoluciones en la novela moderna que supusieron Ulises (1922) y Finnegans Wake (1939).
Podríamos decir que Los muertos, de prosa delicada, colorista y minuciosa en sus descripciones, tiene un sabor tradicional chejoviano. La adaptación de Huston tiene una puesta en escena igualmente transparente y detallista y, con alguna diferencia insignificante, es fiel al texto original.
En 'Los muertos' se percibe una melancolía y una nostalgia que apuntan a un fin de ciclo, de época, de vida
Huston, norteamericano nacionalizado irlandés –vivió muchos años en Irlanda–, utilizó para esta película coral exclusivamente a impecables actores irlandeses, con la excepción de su hija Anjelica, que interpreta soberbiamente al personaje que desencadena el sombrío final de la historia.
El guion de la película fue escrito por Tony Huston. Anjelica y Tony tuvieron unas dificilísimas relaciones con su padre, mil veces ausente y mil veces propenso al autoritarismo y a la ira descontrolados. Sin embargo, allí estuvieron, con tareas decisivas, en su extraordinaria despedida.
Fiesta. En 1904, en Dublín, en su casa junto a los muelles, en una noche navideña de frío y nieve, las veteranas hermanas Julia y Kate Morkan y su sobrina Mary Jane, solteras las tres, dan su tradicional fiesta a familiares y amigos. El decorado es acogedor, la cena es exquisita, se conversa cultamente, se baila, se canta y se toca música al piano. La atmósfera no puede ser más grata y afectuosa.
No obstante, y con un perfil bajo, aunque suficiente, se percibe una melancolía y una nostalgia que apuntan a un fin de ciclo, de época, de vida. La mayor parte de los personajes tienen serias preocupaciones y se dibujan tensiones y diferencias entre ellos.
Joyce desliza, por ejemplo, su rechazo al nacionalismo irlandés, tan en boga entonces, o hace alusiones irónicas –él, que fue educado por los jesuitas y llegó a sentir vocación por el sacerdocio– a la religión católica. El escritor Gabriel Conroy, sobrino de las Morkan, está inquieto por el discurso que, como siempre, ha de pronunciar y pronuncia con acierto.
Pero su mundo se viene abajo con la revelación que su querida esposa Gretta le hace de vuelta a su hotel tras haber escuchado una canción. La muerte se revela como el destino inevitable que es para todos y él sabrá que la vida que le queda no será la misma.