Mutismo. Nacidas en 1925, hace cien años, las escritoras Ana María Matute (julio) y Carmen Martín Gaite (diciembre) están recibiendo a lo largo de este año –y todavía queda– una atención a la altura de la efeméride y de su estatura literaria.
Sorprende el casi mutismo general respecto al novelista y cuentista Ignacio Aldecoa, nacido en Vitoria el 24 de julio de 1925 y prematuramente fallecido en Madrid, de un paro cardíaco, el 15 de noviembre de 1969, a los 44 años. Como Matute y Martin Gaite –con la que mantuvo una estrecha amistad desde sus tiempos de estudiante de Filosofía y Letras en Salamanca–, Aldecoa perteneció a la llamada generación de los “niños de la guerra”, del “medio siglo” o de “los 50”.
Compañeros de esta oleada esencial en la literatura española del siglo XX, si nos atenemos a los narradores y a los nacidos en un arco reducido de años, fueron Juan García Hortelano (28), Rafael Sánchez Ferlosio (27), Jesús Fernández Santos (26), Antonio Ferres (24), Carmen Laforet (21), Armando López Salinas (25), Medardo Fraile (25) y Alfonso Grosso (28).
Habiendo vivido su infancia y juventud en las durísimas condiciones de la Guerra Civil y los años 40, todos ellos (salvo la adelantada Laforet) revelaron su talento, pese a los embates de la implacable censura, en los años 50.
Cabría incluir en este grupo a Josefina R. Aldecoa (1926-2011), esposa del escritor, si bien Josefina, enfrascada durante años en la fundación y dirección del Colegio Estilo, publicó algo más tarde y no desarrolló su narrativa hasta iniciados los años 80.
Además de influir en escritores posteriores, Ignacio Aldecoa contribuyó singularmente al realismo del Nuevo Cine Español de los 60
Cine. Todos ellos, como novelistas y/o cuentistas militaron en el realismo, con mayor o menor acento político, aunque algunos lo abandonaran (Ferlosio, a su manera) y otros (Matute, por ejemplo) lo alternaran con otros estilos. Continuaron y renovaron por completo la tradición del realismo decimonónico y se sumaron, con matices propios, a los realistas norteamericanos de los años 20-30 y a los neorrealistas italianos de los 40 y a sus secuelas.
Aldecoa, que fijó su atención en los perdedores y en los mundos de la periferia social castigados por el deterioro y la inestabilidad precaria de sus vidas –lo que incluyó a boxeadores, jornaleros, gitanos, obreros, toreros y hasta guardias civiles de cuartelillo miserable–, comenzó como poeta y tuvo la peculiaridad de cuajar su prosa descriptiva con incrustaciones poéticas de cuidada y conceptual orfebrería y de reservar para los diálogos un oído atento a reproducir con agudeza la oralidad.
También, y entre todos ellos, y además de influir en escritores posteriores, contribuyó singularmente al realismo del Nuevo Cine Español de los 60, colaborando en los guiones de dos películas excepcionales de esa década, ambas dirigidas por su gran amigo Mario Camus: Young Sánchez (1964) y Con el viento solano (1965), basadas, respectivamente, en un cuento y en una novela suyos.
A Camus le “prestó” también, ya fallecido, el argumento de su cuento Los pájaros de Baden-Baden (1975) y a Ferrán Llagostera, en 1989, el de su novela Gran Sol.
Cuentos. Aldecoa, el mejor cuentista de la Generación de los 50 junto a Medardo Fraile, publicó en diversas colecciones unos 80 relatos cortos (aunque de extensión considerable) y hay recopilaciones completas en varias editoriales.
Sin embargo, pese a sus proyectadas trilogías sobre el mar, la mina y el universo rural de los guardias civiles/toreros/gitanos, Aldecoa solo publicó íntegras cuatro novelas, las tres primeras excelentes: El fulgor y la sangre (1954), Con el viento solano (1956), Gran Sol (1957) y Parte de una historia (1967), reeditadas hace un par de años por Biblioteca Castro.
La prensa vasca e instituciones de su natal Vitoria le están recordando con múltiples actividades. Entre el silencio del resto del país, la Biblioteca Nacional inaugurará muy pronto una exposición sobre su figura y su obra.