ANÉCDOTAS. Marilyn Monroe, durante el rodaje de Con faldas y a lo loco (Billy Wilder, 1959), convocó a Tony Curtis, su compañero de reparto, y al dramaturgo Arthur Miller, su marido, y anunció a ambos, sin anestesia, que estaba embarazada de Curtis. Estupor. Esto lo contó Curtis en Some Like it Hot. My Memories of Marilyn Monroe and the Making of the Classic Movie (2009), su tercer libro de memorias. Ninguno se ha editado en España.

Esta clase de anécdotas –como cuando Curtis dijo que besar a Marilyn era como besar a Hitler– banalizó todavía más la figura del actor apolíneo, ligón, tarambana y, en fin, bromista profesional, que, pese a sus éxitos comerciales y facultades como comediante, sus nominaciones y un puñado de interpretaciones memorables en grandes películas, nunca ganó un Oscar, ni ningún otro premio importante, ni entró en el mitológico olimpo de sus colegas de generación: Heston, Hudson, Lemmon, Marvin, Brando, Sellers, Burton, Steiger...

Quedó como un chisgarabís, en cierto modo, no bien aureolado precisamente por sus seis matrimonios –uno, con Janet Leigh, del que nació la actriz Jamie Lee Curtis–, sus seis hijos –uno muerto por sobredosis– y por el inacabable rosario de incidencias derivadas de su adicción al alcohol, la cocaína y la marihuana. Ni por su patético empeño, ya viejo y superviviente, de seguir pareciendo, a base de maquillaje y pelucas, un galán juvenil.

AGRADECIMIENTO. Si traigo aquí a Tony Curtis (Nueva York, 3-VI-1925/ Nevada, 29-IX-2010), con ocasión de su centenario, es por cierta empatía hacia el borrascoso contingente de los triunfadores/perdedores y también por agradecimiento.

El agradecimiento tiene que ver con las películas suyas que me alegraron las sombrías tardes de domingo en el cine del colegio, todo un género y un ecosistema de iniciación al cine del que alguna vez habría que escribir un libro cinéfilo y sociológico.

Tony Curtis no entró en el mitológico olimpo de sus colegas de generación: Heston, Hudson, Lemmon...

Imposible no recordar sus triples saltos mortales en Trapecio (Carol Reed, 1956); sus peleas con Kirk Douglas por el amor de Janet Leigh en Los vikingos (Richard Fleischer, 1958); su fiereza de cosaco y su rivalidad con el intenso Yul Brynner en Taras Bulba (John Lee Thompson, 1962); sus apuros ante las insinuaciones del malvado Craso (Laurence Olivier) y su fatal duelo con Kirk Douglas, de nuevo, en Espartaco (Stanley Kubrick, 1962) –una más "de romanos" para aquellos niños con una chocolatina Crunch en la mano– y, desde luego, sus dotes de comediante y seductor irredento como el pulquérrimo y níveo Leslie, el piloto de La carrera del siglo (Blake Edwards, 1965).

Luego veríamos otras de Curtis, las películas "no aptas" para menores.

REGISTRO. He visto, como todos, mil veces Con faldas y a lo loco –esa película que nos borra la pesadumbre del día más aciago– y cada vez admiro más la vis cómica de Tony Curtis, quizá menguada por el desparrame de recursos de Jack Lemmon.

Es divertidísimo ver cómo Curtis interpreta, en realidad, tres personajes: el sinvergüenza y decidido saxofonista Joe, la saxofonista Josephine –Joe travestido para obtener un empleo en la orquesta de señoritas y huir de la mafia– y Junior, falso hijo de un millonario petrolero, que se hace el apocado y el frígido para obtener los besos compasivos –y lo que viene después– de Sugar (Marilyn Monroe), la chica del ukelele.

Y en un registro completamente opuesto, Tony Curtis dejó dos interpretaciones memorables en dos obras maestras: el corrupto y miserable agente artístico Sidney Falco en la negrísima Chantaje en Broadway (Alexander Mackendrick, 1957) y el presunto asesino Albert de Salvo, de personalidad disociada, en El estrangulador de Boston (Richard Fleischer, 1968).

La carrera de Tony Curtis cayó en picado, por sus muchos problemas, en los 70. No obstante, ahora debería sonar en su homenaje –está en YouTube– la sintonía de John Barry para la serie Los persuasores (1971).