Confiesa Luis Ventoso (El Debate), en una columna titulada “Una España sin colosos literarios”, que “alguna vez” ha leído “con agrado y entretenimiento” al que llama sin nombrarle “famoso exreportero televisivo y académico”. Se pregunta: “¿es realmente un escritor de primerísima división?”, “¿quedará en la historia?” Y se contesta: “Ocioso responder”. El que fuera director de ABC Cultural no se queda ahí. “La misma duda me asaltó ante los enfebrecidos panegíricos con que fueron despedidos Javier Marías y Almudena Grandes (...) Me temo que se ha incurrido en la hipérbole funeraria.” Se queja, además, de que “hoy en España imperan los escritores de fórmula (...) Ya no aspiran a reflejar las entrañas de su país y su sociedad, sino al entretenimiento puro, o a soporíferos juegos metaliterarios, que solo interesan en sectas eruditas de letraheridos”.

La cancelación acapara el debate cultural. El filósofo José Luis Pardo explica a David Lorenzo Cardiel (Ethic) que “ahora los enemigos de la libertad de pensamiento se llaman a sí mismos ‘progresistas’, y persiguen a quienes no les secundan hasta acorralarlos en las aguas fecales de lo inadmisible (...) Constituye un atentado contra la posibilidad misma de la filosofía”.

En la misma publicación, Noam Chomsky le dice a Miguel Durán que “la censura no funciona y acaba generando el efecto contrario”. Se explica. “A los racistas, por ejemplo, les gusta que les cancelen porque les permite construir una historia en la que ellos son los buenos, quienes defienden la libertad y los derechos humanos. Algo igual ocurre cuando evitas que alguien acuda a tu campus universitario a impartir una charla. Su cancelación es maravillosa porque aumenta su prestigio (...) La cancelación, por un lado, está mal y, por otro, es estúpida”.

Noam Chomsky: “La cancelación, por un lado, está mal y, por otro, es estúpida”

Una opinión más al respecto. La de Gay Talese en una insólita entrevista con el CEO de Vocento, Luis Enríquez. “Antes dábamos voz a las minorías para que fueran escuchadas –sostiene ‘el último referente del Nuevo Periodismo’–. Ahora son las minorías las que tienen el control y establecen las reglas. Genios como Norman Mailer o Woody Allen están señalados, muchas veces por culpa de acusaciones inconsistentes (...) Yo no podría publicar hoy la mitad de los trabajos que he escrito”.

A propósito de su biografía de Gabriel Ferrater, Jordi Amat reflexiona con Alejandro Luque (Jot Down) sobre la convivencia de la cultura española y la catalana. “Que el poeta sea un conciudadano del mismo Estado no implica necesariamente que forme parte de la cultura a la que te sientes más vinculado”, asegura. “Yo, por elección, he decidido formar parte de esas dos culturas nacionales (...) Serrat es probablemente el único artista, o de los poquísimos, en el que la lengua es importante, que consigue ser referencial en los dos sistemas culturales”.

En un artículo titulado “De un Nobel de antaño a los tiktokers de hoy” (El Periódico de España), el escritor y gestor cultural Miguel Munárriz contrapone el poco interés del Ministerio por salvar la casa de Vicente Aleixandre con unas entusiastas palabras de Miquel Iceta sobre la red social de moda. “El gran mérito que tenéis los tiktokers –aseguraba el ministro– es que os hacéis importantes para mucha gente; interesa saber vuestra opinión. Si vosotros recomendáis un libro, una película, un espectáculo, la gente tiende a ir porque se fía, porque confía…”. Concluye el articulista: “de momento, este es el nivel”.

Hay quien se pregunta para qué sirve el arte. El escritor y cineasta Rodrigo Cortés le da su opinión a Carlos H. Vázquez (The Objective). “Creo que la función primordial de la creación –no me atrevo a decir el arte para no usar mayúsculas– es no servir para nada, y eso es lo que la hace imbatible. La mayor fuerza de la Sinfonía nº 9 de Beethoven, por poner un ejemplo, es que no significa nada y no sirve para nada, solo para mejorar el mundo”.

P. S. La historiadora del arte Eugenia Tenenbaum, en una entrevista con Deborah García (ctxt), nos pide que “pensemos toda la infraestructura que hace posible que ellos [los artistas varones] puedan pasarse toda la vida pintando un retrato, o un paraguayo, frutas, o una puesta de sol”. Y llega a la conclusión de que “quizá Rubens no hubiera sido tan grande, o Rembrandt, o Picasso, si hubiesen tenido que prepararse la comida, lavar sus pinceles y sus calzoncillos.”