A las gentes de nuestra cultura les preocupa internet. La joven escritora Elvira Sastre tiene más de medio millón de seguidores en Instagram y 222.000 en Twitter. Pero ella lo lleva bien. “Me siento muy afortunada –confiesa a Elle–, porque veo lo que sucede en redes y el público que tengo yo es muy amable y bueno y lo ha sido siempre”. Pese a todo, añade una pequeña señal de alarma: “Antes me parece que había más libertad de expresión y era mucho más sencillo”.

Más alarmante es lo que cuenta a Marta García Aller (El Confidencial) el arquitecto alemán Niklas Maak. “Los centros de datos –dice– son los edificios más importantes del siglo XXI en términos de poder, pero están hechos para pasar inadvertidos”. Y explica por qué. “Cuando estás viendo una película o escuchando música en streaming, algo está pasando en estos centros de datos. A la nube la llamamos nube porque la invisibilidad es un truco del poder tecnológico para que no nos preguntemos qué hacen con nuestros datos”.

“Me siento muy afortunada, porque veo lo que sucede en redes y el público que tengo yo es muy amable y bueno y lo ha sido siempre”

Elvira Sastre

A Jorge Freire (The Objective) lo que le preocupa es la distracción que supone internet. A propósito del libro de James Williams Clics contra la humanidad, se pregunta “de qué sirve la libertad de pensamiento o la libertad de expresión sin una libertad de atención“. La conclusión es aterradora. “La distracción constante lleva a la decisión impulsiva y al pensamiento inercial. La verdad conduce; la mentira seduce. Ducere, al fin y al cabo, es conducir; seducere, conducir por el camino que a otro le viene bien”.

Guillermo del Toro aborda el problema desde el ángulo de las emociones. “Estamos tan ocupados reaccionando todo el tiempo –cuenta a The Independent–, porque estamos asistidos por máquinas, algunas de las cuales llevamos en el bolsillo”. El director de El callejón de las almas perdidas, lo aclara. “Procesamos lo que la gente cree que es información, pero en realidad es emoción. Y no hay manera de que podamos atravesar 150 emociones en un día, al menos no hay manera sana de hacerlo”.

“Hay una polarización, basta ver las redes sociales o las noticias, parece que todo debe estar guiado por emociones extremas, de amor y de odio”

Agustín Fernández-Mallo

Y sobre las emociones insiste Agustín Fernández Mallo en La Voz de Galicia. “Hay una polarización –proclama el escritor–, basta ver las redes sociales o las noticias, parece que todo debe estar guiado por emociones extremas, de amor y de odio”.

La revisión de las obras artísticas del pasado no descansa. Nacho Vigalondo, a propósito del caso de Desayuno con diamantes, se lo contaba a Lucía M. Cabanelas (ABC). “Que pongan letreros, que pongan avisos que contextualicen la obra, pero que no la toquen. Que no la toquen porque aun participando de la impresión de que la representación del vecino japonés de Holly tenía un poso racista (…) quiero que esté en la película. Porque una película no es solamente un objeto de consumo, sino una representación de un tiempo y un lugar (…) Podemos ver películas, disfrutarlas, siendo críticos con ellas. ¿Por qué negar esa posibilidad? Una película racista y una película en la que se representa el racismo son dos cosas muy distintas. Está clarísimo”. Alaska, en una entrevista en la Cadena SER, lo deja aún más claro. “No podemos meternos ni en las letras, ni en los libros, ni en las películas de nadie. Si no te gusta, no la consumas”.

Seth, referente del cómic norteamericano, también reflexiona sobre el pasado. Lo contaba en Valencia Plaza. “Odio el mundo moderno, pero no soy tan tonto como para pensar que la década de los 50 fue maravillosa. Todos somos productos de nuestro tiempo y este es mi tiempo. Puedo reaccionar contra esta época, pero sobre todo no quiero vivir en el pasado”.

P.S. A los artistas, como a todos, la guerra les provoca desasosiego. Jaume Plensa se pregunta en ABC qué puede hacer la cultura ante “tragedias” como esta. “Creo que esta exposición [la que acaba de inaugurar en el Museo de Arte Contemporáneo de Cèret] es un buen homenaje a todos los rostros que estamos viendo en la prensa, en fotografías dramáticas de mujeres y niños que se van al exilio y hombres que han decidido quedarse a defender su patria, su casa, su pequeño lugar (…) Creo que es el mejor homenaje que podemos hacer en estos momentos a esta guerra estúpida que está sucediendo en Ucrania”.