Sentidos. La creación artística se ha ocupado de los cinco sentidos —de unos más que de otros— y de sus vicisitudes en el comportamiento humano tomándolos como asunto, principal o secundario, de sus representaciones. Ahí está El perfume, ese longseller de la novela. Sin embargo, las producciones de las artes canónicas apelan muy primordialmente a la vista y al oído para ser percibidas y comprendidas, mientras que los sentidos del tacto, del gusto y del olfato no disponen de manifestaciones artísticas que se les correspondan íntegramente como la pintura se corresponde con la vista y la música con el oído.

Anuncios. Pensaba en esto durante las Navidades, que son días, dentro y fuera de sus ingredientes religiosos y festivos, de gran expresividad sensorial, de gran apelación a los sentidos, solo comparables a los días de plenitud del verano. Y pensaba en ello al verme sepultado bajo la avalancha anual de anuncios de perfumes y colonias. ¿Será este fenómeno indeclinable un reverso laico de la ofrenda de incienso y mirra de los Reyes Magos en el portal de Belén? No creo, pero lo cierto es que el incienso y la mirra se emplean en la elaboración de no pocos perfumes.

¿Será el perfume una creación artística dirigida al sentido del olfato, tan desasistido por las artes reconocidas como tales? Así lo quieren, sin duda, sus cultivadores, que hablan y teorizan sobre el “arte perfumista” e, incluso, están organizados en academias. También lo están los practicantes de las “artes culinarias”, cuyas creaciones apelan, amén de al olfato, al sentido del gusto, que nada recibe de las artes canónicas.

¿Será el perfume una creación artística dirigida al sentido del olfato, tan desasistido por las artes reconocidas como tales?

Los cultivadores del “arte floral” —muy completo en lo sensorial, pues va dirigido al olfato, a la vista, al tacto e, incluso, eventualmente al gusto— también se reclaman de lo artístico y, cuando diseñan jardines y parques, los llamados arquitectos paisajistas se deslizan bajo el palio de la arquitectura, una de las artes canónicas.

Hay bastantes disciplinas creativas que viven la tensión aspiracional de ser reconocidas como artísticas. En cuanto a los anuncios televisivos de perfumes y colonias, que nos han acompañado en estos días desde siempre, se observa en ellos —junto a sus manoseadas y sensuales incitaciones al placer, al lujo brilli-brilli, a la sofisticación, a la seducción…— una (precisamente) aspiracional tentativa estética que, de algún modo, quiere relacionar a Caloguina Heguega —ese esnobismo gutural— y a otras marcas con la sofisticación y el cosmopolitismo atribuidos a lo artístico. ¡Artimañas!

La moda —muy religada al tacto, además de a la vista— suele tener, piénsese en sus fotógrafos stars, que ya han entrado en los museos, idénticas aspiraciones. Cosa distinta es que el afán por la elegancia pueda resultar a algunos, tal como se muestra en sus formas concretas, hortera o de nuevos ricos, no en balde estos anuncios van destinados a un público amplio que también ambiciona distinguirse, integrarse —con Charlize Theron o Julia Roberts— en la burbujeante élite de las estrellas.

Cineastas. Muchos de estos anuncios son deudores de las posibilidades más narrativas y costosas de los videoclips musicales. La lista de los cineastas-autores que han rodado spots de perfumes —y de moda—, buscando el prestigio de lo artístico, sobre todo en las versiones extendidas de varios minutos que van a parar a YouTube y a las redes, es larga. A la cabeza, David Lynch, ese espíritu torturado, que ha rodado unos diez anuncios de muy conocidos perfumes. Claro que ninguno tan persistente en nuestro recuerdo como el de aquella señorita motera de larga melena que se quitaba el casco, se abría por el pecho hasta el infinito la cremallera de su mono rojo de cuero y susurraba: “Busco a un hombre llamado Jacq’s”. ¡Las cosas que hemos visto!, que le decía Shallow a Falstaff.