Agustín Fernández Mallo

Conviene revisar la idea que tenemos de lo natural y lo artificial. El relato convencional nos dice que la humanidad ha seguido una línea de evolución más o menos recta, que iría de lo natural en su origen a una creciente artificialidad. Si esto fuera cierto habría que admitir que todo pueblo no occidentalizado, y por lo tanto también sus artes, son aún hoy originales y naturales, de algún modo están en estado puro. Pero suscribir esa idea es tanto como decir que esos pueblos no han evolucionado, son estructuras pétreas, son piedras o menos que piedras ya que hasta las piedras evolucionan en sus formas y son erosionadas por el agua y el viento.



Pensar que, por ejemplo, los indios hoy norteamericanos estaban en un supuesto estado puro antes de que llegaran a sus costas los navíos holandeses, además de constituir un disparate antropológico sumamente etnocéntrico, es negarles a esos pueblos su condición de humanos, ya que sólo lo no humano permanece inalterable en el tiempo. En efecto, antes de llegar Occidente a "contaminarles" ellos ya tenían su propia Historia "contaminada", sometida a sus propias evoluciones y su complejidad. Cualquier cultura, por el mero hecho de existir, desde su minuto cero es artificial en su despliegue vital e interacción con su entorno.



Ante tanto purista y tanta búsqueda de raíces incontaminadas en las artes, conviene también recordar que los caballos dibujados en las cuevas de Chauvet no son más naturales ni menos artificiales que los que aparecen en La rendición de Breda. Tampoco un pincel de Velázquez es más natural que un lápiz digital, ni el data-art (arte hecho con datos extraídos de los análisis big-data) es más artificial que los óleos de Guerras Napoleónicas, las cuales al fin y al cabo no trataban sino de ilustrar pictóricamente los datos estadísticos de muertos y vivos en la batalla.



@FdezMallo