Agustín Fernández Mallo

Seguro que ustedes también se habrán fijado. En las películas, cuando los policías entran en un chalet en busca de alguien escondido, apenas se detienen en los pisos superiores, y si lo hacen es tan solo para echar un nominal vistazo. Lo que realmente les interesa es bajar, bajar lo más que se pueda. Bajan y bajan y atraviesan el sótano y el subsótano si es necesario. Es algo que me maravilla, el infinito universo que se hunde bajo los cimientos de nuestras casas, el hueco que ahí podríamos cavar hasta atravesar completamente la Tierra.



Cuando estudiaba la carrera, en la asignatura de Física General, primer curso, había un típico ejercicio. Consistía en saber qué ocurre si excavas un pozo tan profundo en la Tierra que la atraviese de lado a lado y luego dejas caer en ese pozo una piedra. ¿Qué movimiento describiría? ¿Se detendría la piedra al llegar al Centro de la Tierra? ¿O acaso saldría por las antípodas con tanta velocidad que se perdería en la atmósfera del otro extremo del mundo? Ni una cosa ni la otra. Cuando llegara al otro lado se detendría un instante y volvería a caer hacia nosotros, donde al llegar volvería a caer hacia las antípodas, y así indefinidamente, como un muelle que oscilara para siempre. El llamado Movimiento Armónico Simple. Siempre he pensado que eso hacen los muertos tras ser enterrados, no se quedan en su sitio, les gusta oscilar armónicamente de un extremo a otro del Planeta.



Hace pocos días, un domingo que hasta ese momento era un domingo cualquiera, falleció el poeta José Ignacio Montoto. De él recuerdo ahora la rotundidad y elegancia de dos de sus poemarios, Estamos todos, aquí no hay nadie y Tras la luz. Me acerco a la estantería, abro el primero y leo, "Mira, el Planeta no tiene bordes, no puede crecer el musgo entre sus aristas". Ahí, en ese Planeta, está él, me digo. Oscila armónico para siempre.



@FdezMallo