Agustín Fernández Mallo

Termina el año en que se cumplen 100 años de la edición de La metamorfosis, y conviene por ello recordar a Kafka. Hace tiempo que la realidad como indiscutible factualidad se ha impuesto a lo que en algún momento se llamó "lo imaginativo". Aunque desde hace por lo menos sesenta años la palabra imaginación se ha estirado tanto como los escritores hemos querido, no menos cierto es que en la novela se ha instalado un ansia de hechos, de información histórica, literaria, política y tecnológica. Un realismo que, aunque imaginativo, antes que nada quiere dar cuenta de la realidad.



Algo similar (y quizá a imagen y semejanza) le ha ocurrido al cine o la televisión. Pero la novela, si ha de sobrevivir, ha de construir su propio carácter. No ante este realismo sino ante su hegemonía, podemos pensar en otra clase de mecanismo novelístico, aquel que invierte la ecuación: no pone la poesía al servicio de los hechos sino a la inversa, es la historia quien, aún estando presente, se somete a la prueba de la poesía, ha de pasar por el test de lo imaginativo para darse por obra que va más allá del mero presente. Recordemos que Kafka, según Kundera, despertó de golpe la imaginación propia del siglo XX 2para libarse del imperativo ineluctable de la verosimilitud", dar vida al sueño y a la realidad de un modo perfecta y poeticamente verosímil. Sin este Kafka no se entiende la literatura centroeuropea de Gombrowicz, pero tampoco el realismo mágico latinoamericano, más barroco y menos personalista que el europeo pero igualmente postrado a la poética de lo imaginativo.



Quien, ya el siglo XXI, quizá mejor recoge este testigo de Kafka es Bolaño, autor que definitivamente crea un espacio en el cual la memoria histórica se ve sometida al balance de la memoria poética para, de este modo, entrar de lleno en el terreno de lo imaginativo sin abandonar la verosimilitud.



@FdezMallo