Agustín Fernández Mallo

Lo han conseguido: fútbol todos los días. El deporte rey se equipara a lo único que en el cosmos televisivo permanece en la parrilla 365 días al año: los informativos y los partes meteorológicos. Natural. La meteorología es en sí misma una ciencia imprevisible, un sistema complejo en el que nada puede ser pronosticado al 100%. Ver al hombre del tiempo equivale a estar ante un croupier, nada hay más excitante que la esperanza de azar, por eso nos atrae el tiempo a pesar de su gen aburrido. Y qué decir de los informativos, esas mesas en las que la ruleta gira loca en un sentido u otro según el humor del jefe de seguridad del casino. Eso es la complejidad del fútbol, artefacto en el que cada decisión, no sólo en el terreno de juego sino también las de sus directivos, resulta imprevisible, escenario en el que la complejidad alcanza su grado máximo cuando el colista derrota al campeón de liga. El fútbol sigue la no-mecánica de la vida. Como las buenas novelas, suena un silbato pero nada anticipa. Nunca veo fútbol. Hablo de oídas. Pero eso también pertenece a la no-mecánica de la vida.