Opinión

Paseante en Feria

por Juan Bonilla

25 mayo, 2006 02:00

Nunca he estado de firmante en la Feria del Libro de Madrid -ni en ninguna otra caseta de ninguna otra feria del libro. No tiene ningún mérito, claro, porque me temo que si hubiera estado de firmante tampoco hubiera firmado nada. Pero dado que este tipo de competiciones por ver quién firma más a la que tan dados son los resúmenes periodísticos -esas informaciones al final de la Feria que establecen la inevitable tabla de los más vendidos, esos inspectores que llevan un metro para medir lo largas que tienen las colas algunos escritores, para demostrar que el tamaño importa- me parecen un bonito ejemplo de banalidad, prefiero ir a la feria como lo que soy la mayor parte del día: un lector.

Paseante por la cabalgata de casetas, en pos de libros que me ha resultado complicado localizar o que algún buen amigo me ha recomendado, me gusta ver a los escritores firmando sus libros. Me acuerdo -y lo echo de menos- de Terenci Moix, en cuyas colas yo me ponía casi cada año para darle una sorpresa, y luego me hacía entrar en su caseta a darle conversación, cosa que no conseguía hacer porque me pasaba el rato riéndome de su inacabable colección de ocurrencias. Terenci era un ejemplo mayúsculo de los sacrificios a que se debe someter un escritor para caerle bien a su público: siempre se me enfadaba cuando le decía que él se debía a su público, como si con esa frase yo quisiera esgrimir una especie de menosprecio (lo que no era verdad). En sus últimas temporadas la artritis le obligaba a aguantar auténtico dolor con cada firma. Pero no por eso dejaba de firmar.

También he hecho de vendedor provisional, en la caseta de Pre-Textos, que es donde me dejaban hacer estas cosas y donde era difícil no bromear con esa idea de que no podía haber papel más óptimo para los autores de una editorial que el de colocarse como vendedores de su stand. La tradición de las firmas en las ferias del libro, como la propia Feria del Libro, me parece que, por muchas anécdotas cómicas que nos saquemos de la chistera -y quién no tiene alguna, a Millás una mujer le preguntó cuál era el precio de la mesa sobre la que estaban sus libros, a unos escritores los confunden con otros- encantadora. No sólo para los que acaban con la muñeca dormida de estampar firmas, no sólo para los que cuando llegan a las casetas se encuentran con largas colas de personas que les esperan, sino sobre todo para los escritores que en una tarde firman uno o dos ejemplares, y mantienen conversaciones con esos lectores únicos que se han arrimado hasta allí para ser los únicos -o casi- que entretendrán un rato a los escritores.

Ahora han puesto la feria del libro de Sevilla a la sombra de la catedral. Paseo por entre sus casetas en un escenario de postal y bajo el rodillo asfixiante del calor. González Ledesma está hablando con una mujer supongo que de las calles de la posguerra; Felix Palma, de pie, acaba de firmar el único ejemplar de la excelente novela que acaba de publicar que le arrimarán esa mañana, Fernando Marías está al lado y lleva ya tres ejemplares firmados. Me parecen deliciosos esos encuentros sin agobios, seguramente porque se parecen a la única experiencia de firmante que tengo, en el Sant Jordi del año 1996, con mi novela Nadie conoce a nadie. Firmé en dos librerías, Laie y La Central (que acababa de inaugurarse).

Para ahuyentar el vacío terrible, los libreros suelen optar por organizar firmas de dos escritores, estableciendo enojosas competiciones a las que no hay más remedio que echarle kilos de broma: cuántos has firmado tú, cómo vamos, te estoy ganando por goleada. Cosas así. A mí me tocó firmar con Javier García Sánchez en la primera, y con Quim Monzó en la segunda. Naturalmente firmar con Monzó en Barcelona es como si el Xerez retara al Barça en el Camp Nou. Pero lo mejor de esas sesiones no es que firmes un libro, sino que conozcas a un lector -a veces la cosa termina, o empieza, en cervezas en el bar de la esquina. A menudo yo he sido ese lector, porque, como usted mismo, también he sido hincha de algunos autores y he esperado en colas para obtener una firma. Por ejemplo de Martin Amis, que estuvo un año en la Feria del Libro de Madrid, aunque tuvo que ser en Londres donde lo encontrara.

Los libros firmados tienen un gran prestigio entre los coleccionistas, como todo el mundo sabe, sobre todo si la fecha de la firma coincide con la fecha de edición (a sabiendas de esto una vez le pedí a Luis Antonio de Villena que me firmara su primer libro como si estuviéramos en el año 1974, así que ahí tienen a Villena firmándole un ejemplar de un libro recién salido -a pesar de que llevaba ya veinte años en la calle- a un mocoso de siete añitos). En el mundo anglosajón un volumen puede multiplicar por tres o cuatro su precio si se engalana con la firma del autor -y si esa dedicatoria va destinada a otro escritor, el precio puede multiplicarse aun más. Yo no soy coleccionista de libros dedicados, pero inevitablemente me he ido encontrando en las expediciones por librerías de viejo con muchos libros dedicados. La sensación de alegría por encontrarlos se mezcla con la de tristeza por comprobar donde acaban algunas radiantes muestras de aprecio gritón -tengo el Genio de España que Giménez Caballero le dedicó a Gil Robles, y qué miedo, es como si en vez de en el año 33 se lo estuviera dedicando en el 39, con la guerra ya ganada; tengo Otras inquisiciones de Borges firmada con su arañado signo, que diría Juan Luis Panero, tengo un libro de Juan Luis Panero firmado a un conocido poeta muy premiado...

En fin, la Feria del Libro es por muchas razones una fiesta, siempre y cuando no nos mareen las cifras industriales, lo reduzcamos todo a una competición de caballos ganadores, nos pongamos a medir las colas para ver quién la tiene más grande. A los libros les sienta bien siempre un poco de intemperie. Y eso es lo que les regala la Feria. Eso, y la posibilidad de un poco de conversación con un autor al que, por cualquier razón, uno tiene algo que agradecerle, porque como decía el gran Holden Cauldfield, cuando uno termina un libro que le ha gustado mucho, lo primero que piensa es que le gustaría tener el teléfono del autor para darle las gracias.


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