Image: Friedrich Schiller o la educación estética del hombre moderno

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Opinión

Friedrich Schiller o la educación estética del hombre moderno

por Germán Gullón

5 mayo, 2005 02:00

Toulouse-Lautrec es el centro de la exposición de carteles de la Belle Époque que pueden visitarse en la fundación Mapfre de madrid. Sobre estas líneas, Divan japonais, 1893

Al leer un texto que destila un sentimiento especial, un romance gitano de Federico García Lorca, o al escuchar un ballet musical de Manuel de Falla, entendemos que la sensibilidad creadora fue visitada por la inspiración artística. Los autores repiten una y otra vez que la literatura es la literatura, y llevan razón. Hay un dominio exclusivo para la misma, donde se origina un tipo de objeto artístico único, independiente de lo racional, del saber, que cultivan quienes perciben su entorno de una manera especial, artística.

El día nueve de mayo hará doscientos años que murió Federico Schiller (1759-1805), padre de una de las corrientes fundamentales del idealismo estético, el pensamiento que generó la idea de la especificidad de la literatura mencionada en el párrafo anterior. Fue un escritor prolífico, pues junto a los trabajos filosóficos, escribió historia, poesía e incluso una novela. Alemania celebra este año de Schiller con toda suerte de actos y publicaciones. Schiller junto con su amigo Goethe constituyen dos puntales del idealismo. Aparecen siempre asociados con un lugar en la cultura centroeuropea, la pequeña ciudad de Weimar. Esta bella urbe figura relacionada con el arte, sean los escritores Herder, Thomas Mann o Leo Tolstoy, o músicos como Bach, Wagner, Schumann, Litz o Richard Strauss, que allí compusieron varias de sus obras. Es también la ciudad donde se estableció la Academia Bauhaus de Walter Gropius, que atrajo, entre otros, a los pintores Klee y a Kandinsky. Adolf Hitler fue también un amante de Weimar, del Hotel El Elefante, que mandó reformar, donde Goethe acudía a diario a tomar una copa de madeira. Bien podríamos decir que Weimar fue el corazón del arte europeo entre los siglos XIX y XX.

La vida de Schiller no fue fácil, viajó de aquí para allá hasta establecerse en Weimar y entablar amistad con Goethe, diez años mayor, en la última década del setecientos. Allí publicó su primer éxito, un libro sobre La rebelión de los Holandeses (Geschichte des Abfalls der vereinigten Niederlande), sobre la guerra de los ochenta años. Curiosamente, ningún historiador del presente lo pensaría un gran libro de historia, porque está escrito prácticamente sin base documental. Los profesores de historia en su tiempo jamás visitaban los archivos, Schiller ni siquiera leía el holandés, por tanto la historia se basa en lecturas llenas de impresiones y escasos datos, donde los neerlandeses fungen de nobles y nuestros Felipe II y el Duque de Alba de villanos. Le valió una cátedra de historia en la universidad de Jena (1789), si bien el valor de la obra en la actualidad es puramente literario.

El genio de Schiller y su relevancia para nosotros reside en las ideas expresadas en sus dos obras principales, Cartas sobre la educación estética del hombre (Vicente Romano García, traductor y editor, Aguilar, 1963), y la antología titulada Escritos sobre estética (J.M.Navarro Cordón, editor, Tecnos, 1991). Libros complejos y difíciles; sobre todo el primero, donde elabora la idea de la autonomía del arte, inspirada en Kant, carente de implicaciones morales o obligaciones hacia la sociedad. En el segundo, más accesible, emprende una compleja búsqueda intelectual de un código estético. Código basado en una serie de principios, siendo el primero el que localiza el origen de las ideas en sí mismo en vez de en el trato con el mundo. Es decir, las ideas son generadas en el trato del artista consigo mismo y, por tanto, resultan independientes de influencias venidas del exterior. Rehusa aceptar que las voces del siglo, de su tiempo, tengan superior autoridad sobre la conformación de las ideas que lo sentido por él. Renuncia, pues, a aceptar las imposiciones de lo material, exigiendo en cambio la libertad del espíritu. Y escribe cosas tan del presente como la siguiente: "El provecho es el ídolo máximo de nuestro tiempo; todas las potencias lo adoran, todos los talentos lo acatan. En esta balanza rastrera, poco pesa el mérito espiritual del arte, el cual, privado de alimentos, huye del ruidoso mercado del siglo" (pág. 100).

Un segundo elemento igualmente esencial en su código estético proviene de la separación que establece entre materia y forma. Lo exterior, lo material, atraerá al artista, pero éste se liberará de su tiranía mediante la forma, que domina a lo informe en la obra. El verdadero artista consigue dar forma a la naturaleza, a la materia informe, poniéndola a su disposición, y no al revés. Una consecuencia de lo anterior, y el tercer elemento, es que los sentimientos derivados de la creación de esa forma, nos independizan de la naturaleza al tiempo que ennoblecen. Al conmovernos las formas, nos conmueve su belleza.

La naturaleza ofrece, según Schiller, dos compañeros para la vida. Uno de ellos alivia el camino de la existencia, y permite disfrutar lo experimentado por los sentidos en la vida social corriente. Es, diríamos, el sentido práctico de lo bello. Existe uno segundo, el artístico, que conduce más allá de lo experimentado por los sentidos, y que obliga a dejar el lado terrenal de las cosas. Entramos así en la profundidad donde reconocemos la verdad, y allí aparece lo sublime; el espírtu está ya bajo el influjo de leyes diferentes a las de la naturaleza. Por supuesto que la naturaleza por sí sola ya ofrece suficientes objetos para poder sentir lo bello, pero lo sublime lo obtenemos mejor del arte, donde ya lo bello se presenta expresado en su pureza formal, que evita las posibles contaminaciones de la materia, de la naturaleza.

Sin duda, estas ideas escuetamente expuestas apenas testimonian la profundidad del genial idealismo schileriano, que ya encontramos bajo formas parecidas en Kant, en Hegel, y que hallaron eco en los grandes artistas del siglo XX, desde Proust hasta nuestro Juan Benet. En el presente otros escritores han propuesto maneras fuertemente anti-idealistas de entender la literatura, como Michel Foucault o Edward Said, pero nadie antes de Schiller articuló mejor ese innegable sentido de la belleza que visita la sensibilidad experimentada por el ser humano ante una verdadera obra de arte.


Los genios de Weimar
Weimar, con una población de 60.000 habitantes largos, ha sido uno de los escenarios principales de la historia moderna. Su reputación va unida con varios genios de la cultura europea clásica, entre otros, sus famosos residentes, Goethe y su amigo Schiller, que allí permanecen enterrados. También evoca el recuerdo del joven Johann Sebastian Bach tocando en el castillo de Belvedere. La Bauhaus, la escuela de arte que desarrolló la belleza funcional, abrió allí sus puertas en 1919. A la vez, ha dado nombre oficioso a Alemania, la República de Weimar (1918-1933), como se conoce a la Alemania posterior a la primera guerra mundial. La llegada de Hitler terminó con ella. El corazón negro del entorno se llama Buchenwald, el campo de concentración nazi, situado cerca de la bella ciudad turingia.