Este nuevo libro de Antonio Méndez Rubio (Fuente del Arco, Badajoz, 1967, aunque radicado desde siempre en Valencia) toma su título de un grabado de Los desastres de la guerra de Goya, Peor que pedir, y su lectura arroja la impresión inequívoca de estar ante los restos –las secuelas– de una conflagración vital, un lapso de crisis del que el autor anda todavía recuperándose: la escritura sería el modo de recoger los pedazos y estudiarlos, aunque sin la esperanza de recomponer las viejas figuras ni mucho menos de fundar un sentido.
Peor que pedir
Antonio Méndez Rubio
Pre-Textos, 2025. 108 páginas. 17 €
Del desastre no se sale indemne, aunque uno siga mostrándose sensible a ciertos estímulos: “Hay demasiada luz, / de repente o no, / para seguir aquí. / Tan fuera de la vida. / A pesar del final”.
El mundo sigue ahí afuera, insistiendo, y las palabras todavía responden a la llamada de la voluntad, pero su punto de encuentro, el lugar donde podrían engranarse, es inestable y no da seguridad.
Con todo, como se dice en otro poema, “se trata de acostumbrarnos”, de “esperar que nieve”, y por ahí van entrando, mal que bien, unas gotas de confianza y hasta de consuelo.
Las tres partes del libro, “No por nada”, “No por ahora” y “No del todo”, cada cual un poco más extensa que la anterior, van esbozando un trayecto humildemente sanador a partir del “no” terminante con que se abre el libro, “Escribir… (l)o peor”.
En la primera sección, el uso de barras simples y dobles introduce un decir tentativo que llena los versos de pausas, cesuras, silencios…
Es un decir también paradójico, que disfruta de la contradicción y las preguntas sin respuesta: “De qué // te sirve […] tú / mira el cielo también irse y / haz / algo. Despídete. // Di sí”. El proceso de depuración a que Méndez Rubio ha ido sometiendo su escritura a lo largo de los años llega aquí a extremos admirables.
Pocas veces la vivencia de estar “al límite / de la verdad no dicha” se plasma en una palabra tan sensorial, capaz de hechizar el oído con las vueltas y revueltas de una sintaxis que busca los quiebros, las transiciones rápidas, la mezcla de voces y ángulos de visión.
De vez en cuando, en este enjambre ensimismado despuntan frases sentenciosas, versos de carácter aforísticos que el yo no tarda en matizar o hacer de menos: “El relente se sostiene mejor / temblando en / el extremo de las hojas… // por lo menos a veces”.
En la segunda parte, “No por ahora”, el verso se contrae y los poemas, por lo general breves, toman la consistencia –la contundencia– de un puño, pero también mucho de la aspereza liviana del epigrama.
Así en piezas como “De incógnito”, “Vida gratis”, “Dibujo de forma” o “Alhaja”, en los que el sintagma del título se resuelve en una constatación que abarca por igual la escritura y la vida: “Quien pide espera / de ese hostil jugueteo, / en el fondo del fondo, / lo peor”.
De nuevo, muy de vez en cuando, el yo comparece fugazmente en confesiones veladas que apuntan al meollo del conflicto: “Yo sé lo que es rezar”; “Vengo a hablar sin pedir”; “Observa mi verdad / quedarse sin futuro / y dime si se entiende”.
Ahí, en esa falta de futuro, de horizonte, radica la total desposesión de esta escritura, su renuncia al placebo de un sentido fácil, lo que no quita para que sigamos esperando y ensayando la esperanza.
Los poemas de la tercera parte, “No del todo”, dibujan un movimiento expansivo, una respiración más suelta, como una niebla que en el proceso de aclararse parece enmarcar el mundo. Que insiste. Como lo siguen haciendo las palabras.
