La poesía de Orlando González Esteva (Cuba, 1952, aunque reside en Estados Unidos desde 1965) se instaló muy pronto, desde su primer libro, Mañas de la poesía (1981), en el cruce fértil entre tradición y vanguardia, siguiendo un surco en el que también se movió el último Sarduy, por poner un ejemplo inmediato.
La juventud del azar
Orlando González Esteva
Pre-Textos, 2024. 72 páginas. 15 €
El uso de la redondilla y la confianza en el poder generador de la rima le han hecho llegar a zonas expresivas que nos interpelan por su justeza verbal, su calado metafísico y su ludismo. Él mismo habla de “saberes fortuitos”, ese modo que tienen las palabras de decirnos a poco que nos dejemos llevar por ellas, su peso y su sonido. Quien lo probó lo sabe.
Algo de todo esto hay en La juventud del azar, que toma el testigo de los Versos sencillos de José Martí (figura tutelar a quien ha dedicado un hermoso libro en prosa, Animal que escribe): “Yo sé del puente que salva / el abismo cotidiano / y del placer del gusano / que redondea mi calva”.
Anáforas, quiasmos y paradojas dibujan la “recóndita queja” de la edad, el malestar existencial y las mil y una formas en que las formas del mundo se desportillan. Al fondo, recurrente y barroca, suena esa nostalgia incurable por la Cuba de su juventud que recorre esta obra como una línea de bajo: “Yo sé por qué el ataúd / donde yace mi país / me duele hasta la raíz: / no cupo mi juventud”.
Esa nostalgia se vuelve palpable en la segunda parte, “Ardiente acuario” –el sintagma es de Rimbaud–, donde la prosa se colorea y fragmenta para bosquejar un diccionario personalísimo del “vitral”, entendido como uno de los signos propios de lo cubano. Entre la greguería, la nota erudita y la glosa fantástica, González Esteva se mueve con envidiable libertad por el territorio fluido de la imaginación. Y nos invita a seguirlo.
