El poeta

Érase quien en noche clara de verano se adentraba.

Su último amor ha largo tiempo se le había ido.

Él no se lamentaba. Mas de púrpura se inflamaba

el rubor de la llaga de su corazón herido.

Tremolaba extraño brillo en sus pupilas

de la honda aflicción siembra tardía y doliente…

Así iba caminando mudo… danza de candelillas

le guiaba por la senda pálida y oscureciente.

Lucía la campiña resplandor de paz y opulencia

como un pecho que late alentando dichoso…

Sintió entonces la suave mano del silencio

envolviendo de frescor su pulso hervoroso.

Y de cálices mil llegó volando en abundancia

un florecer que de lejanas lejanías provenía.

Tenía de los oscuros vinos la fortísima fragancia

que mansa hizo presa en su gran melancolía.

Y vestida de ensueño la soledad va arrastrando

hacia el corazón de madre al cansado soñador,

hasta que realidad y pesadumbre va olvidando

pues de su misteriosa melodía es ahora deudor.

Y esparcieron las corolas polen sobre su cabeza…

Pero la voz cantaba y en su canto persistía,

hasta que sueño fue todo recuerdo de tristeza

y todo dolor una perpetua poesía…

Oscuro anhelo

Brumas en lontananza bordan el día túrbido

y al campo soplos de oscuridad va lanzando.

Siento anhelo de astros claros, fúlgidos

que mudos, como cisnes, el éter van surcando,

anhelo de una dulce noche de aire aromado,

silente y de oníricos tesoros obsequiosa,

que a mis mundos me devuelva renovado

y enmudezca las ansias de mi alma pesarosa.

Fe en la estrella

¡Mira, ha caído una lumbrosa estrella!

Como blanca y vagarosa centella

planea hacia las flores del atardecer…

¡Deprisa…, antes que empiece su decaer

pronuncia el deseo que ha de acaecer!

Con temblor la lasa estrella ha caído…

Yo calladamente tu mirada he bebido

y con ella la plegaria de tu íntimo ser…

Mi amor

Odio a las mujeres de la saciada sonrisa,

esas que sólo brindan rutina y destreza,

que sus gracias abanican de altiva guisa.

Odio a quien ama tal suerte de belleza.

De ojos taciturnos quiero sacar centellas

hasta que ardan en amor incandescente,

quiero decir mis sueños a pálidas doncellas

que a mis oníricos jardines son inherentes.

Quiero sentir cuerpos inocentes e ignaros

de su punto de viva madurez logrado,

quiero acoplar los labios a aquellos intactos

que jamás el deseo satisfecho ha rozado.

Sólo dedos esbeltos como sílfides quiero besar

por los que corre la sangre con luz pálida…

Muchachas que ignoran la verdad son mi amar,

una niña pobre, callada, para la vida inválida.

A ésta le he reservado millares de euforias

de las brasas de la juventud inconsumida,

quiero ceñir a su cuerpo la púrpura de gloria

cuando cautiva en mis brazos esté rendida.

A ella quiero enseñar la felicidad del amor

que transporta hasta el firmamento distante,

tal como del altar de flamígero resplandor

a las estrellas se eleva la llama exultante…

Resurgir del deseo

Se han desplomado las olas bravías,

se han extinguido las ascuas del corazón

y a los vastos dominios del alma mía

no penetra ningún rayo de sol.

Sólo a veces, en las más lóbregas hoces,

un susurro el silencio parece atravesar

como si en sueños clamaran las voces

por un jubiloso resucitar…

Un ansia…

Hay en mi corazón un ansia, un temblor

por un vivir magnífico, bendecidor,

por un amor que al alma dilate

y todo impulso extraño remate.

Aguardo días, horas, largas semanas,

mi corazón sigue mudo, las palabras no manan,

mi añorar se refugia en canciones lánguidas,

y calurosas noches beben mis lágrimas..