Raymond Carver. Foto: Marion Ettlinger

Traducción de Jaime Priede. Anagrama. Barcelona, 2019. 648 páginas. 24,90 €. Ebook: 9,99 €

No es habitual que se recupere la obra poética completa de un contemporáneo apenas veinte años después de su primera edición. Que se trate de la obra poética de Raymond Carver (Clatskanie, Oregón, 1938-Port Angeles, Washington, 1988) es explicación suficiente, ya que se trata de la obra de un poeta y narrador de éxito y de excelencia, conjunción, por cierto, poco común.



En una entrevista, Carver declaró que sus personajes eran trabajadores pobres. Sabía del mundo del que hablaba: su padre, alcohólico, trabajaba en un aserradero y su madre era camarera. En el aserradero trabajó también el hijo, quien fue además empleado de una gasolinera y vigilante en un hospital y caería también en el alcoholismo, pero supo salir de lo que parecía su destino de fracaso y destrucción. Estudió literatura, comenzó a escribir y sus relatos y poemas tuvieron desde el primer momento el reconocimiento de la crítica y de los lectores. Impartió cursos en diversas universidades mientras continuaba perdido en la bebida, y en 1977 salió de ese infierno y conoció a la también poeta Tess Gallagher, a quien se unió, y dio comienzo para él una nueva vida, que fue también la de un escritor de éxito.



Sus escritos, tanto los relatos como los poemas, son realistas, cuentan historias de gente corriente -entre los que no faltan los bebedores-, en situaciones muchas veces desastrosas. “Nuestros asuntos, como siempre, iban mal” dirá el personaje del poema “Anatema”, y tan mal van que acabará diciendo “Tuvimos que ver cómo se venía la casa abajo / y el suelo se abría en dos”. No hay heroísmo en ellos, solo el relato de lo que sucede, un relato que se aproxima mucho a la oralidad y resulta de tal efectividad que sus historias, sus personajes y escenas, tienen un poderoso efecto de verdad y ello pese a que uno de los poemas comienza diciendo: “La pluma que contaba la verdad / fue a parar a la lavadora”. Ello hace que la lectura invite al reconocimiento de lo que se dice, de quienes se habla o hablan en los poemas e inspire un sentimiento de compasión por quienes, por las circunstancias o por sus propios errores, no ven cumplidos sus sueños y acaban decididamente mal. Con todo, tampoco faltan poemas en los que los personajes se reconcilian con el mundo. Estas palabras de “Campo abierto” lo ilustran: “Aposté y perdí, sin duda. Luego aposté un poco más / y gané” y las dice quien ha encontrado el disfrute en pasear por el campo, oler un puñado de tierra..., todo lo que antes aborrecía, en “Seguir caminando.”



A lo largo de este conjunto poético hay una serie de poemas en la que el personaje es alguien que escribe o que lee, con textos memorables, como “Tu perro se muere”, por ejemplo, con su multiplicación de planos que se imbrican uno en otro o “La pipa”, dotado de una fuerza que disuelve la línea infranqueable que separa la literatura de la realidad.



El realismo de Carver ha sido catalogado, y con razón, de minimalista. No hay en sus textos el menor atisbo de énfasis retórico, ni nada del lenguaje tenido tradicionalmente por “poético” pero sí lirismo. Así, en las breves notas de sensualidad de “Dos mundos”, unas pocas palabras bastan para crear un clima. Lo de ‘menos es más' es una máxima de estilo que Carver sigue con disciplina y es suficiente para retratar en unos pocos versos la historia de toda una vida.



A Carver se le vinculó también al realismo sucio, cuestión discutible, y es que en general poco tiene que ver con el léxico y los personajes de Bukowski. Comparten, por supuesto, la presencia de bebedores. Con todo, se cita a Bukowski, pero también a Machado: en “Ondas de radio” se presenta leyéndolo, lo homenajea y expresa su deseo de encontrarse con él.



Léanlo: este libro trae el regalo de la obra de un poeta excelente, de un contemporáneo imprescindible.

Amor, esa palabra

No iré cuando me llame,

aunque me diga Te quiero,

eso especialmente,

aunque me jure

y prometa nada más

que amor, amor.



La luz de este cuarto

cubre cada

cosa por igual,

Ni siquiera mi brazo hace sombra,

consumido como está por la luz.



Pero “amor”, esa palabra,

se vuelve una palabra oscura,

se adensa y cimbrea, empieza a

alimentarse, a temblar y abrirse paso

por este papel entre convulsiones

hasta borrarnos diluidos

en su garganta transparente, clavados,

aún, caderas y muslos relucientes, tu

pelo suelto, que desconoce

la duda.