Anne Sexton

Edición de Linda Grey Sexton y Lois Ames. Traducción de A. Catalán, B. Clark, J. D. González-Iglesias y A. Rebolledo. Linteo. León, 2015. 552 páginas, 24'90€

Al lector de este "autorretrato en cartas" que Linda Gray Sexton compuso a partir de la correspondencia de su madre, la afamada poeta norteamericana Anne Sexton (1928-1974), no le queda demasiado claro si el libro arroja alguna luz sobre el misterio de una vida abocada al desgarro psíquico y el suicidio, o por el contrario lo oscurece aun más. "Mi madre" -aclara Linda Grey Sexton en el prefacio- me había confiado a menudo secretos que no eran apropiados para los oídos de una hija; pero esto [las cartas objeto de esta compilación] era mucho peor: una incursión en los recovecos más oscuros del alma".



No hay motivos para que el lector dude de la existencia de esos recovecos: la propia poesía de Anne es una abrumadora corroboración de que éstos eran tan intrincados como reales. Los hubo también en la biografía externa de la poeta: "las veces -escribe Linda- que le fue infiel a mi padre [...], su euforia y su desesperación", incluso su "capa[cidad] de ejercer el maltrato"; también, sus complicadas relaciones con personas aún vivas en el momento en que se publicó esta correspondencia, lo que aconsejó que se falsearan algunos nombres.



Lo que anuncia este prefacio, en efecto, resulta perturbador. Pero lo verdaderamente llamativo del libro es que las cartas que lo componen, más que confirmar estas expectativas, las ocultan bajo una impecable construcción verbal: la que la inestable escritora logró entretejer en torno a un inseguro personaje que, por una mezcla de azares, coyunturas sociológicas e innegables méritos propios, se convirtió en una de las poetas más populares de América y una de las más difundidas y traducidas. Las cartas que Linda selecciona y extracta no dejan lugar a dudas: desde los inicios mismos de su carrera, Anne Sexton combinó una indudable capacidad de trabajo con una no menos evidente voluntad de seducción epistolar e intelectual, que ejerció sobre sus mentores, entre los que se contaron los poetas William Snodgrass o Robert Lowell. Convertida ella misma en una afamada poeta antes de los cuarenta años, logró que el reconocimiento se tradujera en un puesto académico estable y bien remunerado -algo insólito en alguien que no contaba con estudios superiores-, y que su prestigio le permitiera administrar, parece que con generosidad y prudencia, ese vago conjunto de prerrogativas asociadas al "poder literario".



En este aspecto, la trayectoria de Anne Sexton es, no sólo la de una triunfadora, sino también la de alguien que conduce inteligentemente su carrera; lo que contrasta con la otra faceta asociada a su personaje: las continuas crisis nerviosas, las estancias en hospitales psiquiátricos y las terapias a cargo de diversos psiquiatras; con uno de los cuales, nos dice su hija, mantuvo una relación amorosa que "bien podría haber contribuido al declive y a la espiral que condujo a mi madre a la muerte". La posibilidad del suicidio, en efecto, parece erigirse, a lo largo de los años, como la táctica elegida por la imaginación de la poeta para solventar esta irreconciliable dualidad entre el personaje aparentemente bien avenido con su entorno y la frágil mujer sostenida por la medicación, el alcohol y las demandas de protección que dirige a sus allegados inmediatos. Lo intentó repetidamente, hasta el punto de llegar a afirmar que a los suicidas, como a los carpinteros, lo que interesa no es ya el porqué de lo que hacen, sino el cómo.



En lo que podemos leer al respecto en estas cartas -extractadas y seleccionadas por la hija, no hay que olvidarlo- predomina esta especie de actitud deportiva hacia el suicidio, que desemboca en los meditados preparativos -sobre su obra, el destino de sus pertenencias, etcétera- que precedieron el intento definitivo. Unos años antes, había escrito una carta (de la que reproducimos un fragmento) dirigida a su hija en la que imagina a ésta con cuarenta años y recordando sin rencor a la madre muerta. No deja de sorprendernos este intento de Sexton de extender su control -que tan competentemente había ejercido sobre el lado manejable de su existencia- a su propia posteridad. Linda recogió fielmente el encargo. El libro urdido entre ambas resulta hoy tan desconcertante como revelador.

La vida no es fácil

Abril de 1969
Querida Linda:



[...] La vida no es fácil. Es terriblemente solitaria. Yo lo sé. Ahora tú también lo sabes -estés donde estés, Linda, hablando conmigo. Pero he tenido una buena vida -escribí siendo infeliz- pero he vivido a tope. También tú, Linda -¡Vive a TOPE! Apúrala al máximo. ¡Te quiero, Linda de 40 años, y me encanta lo que haces, lo que encuentras, lo que eres! -Sé tú misma. Entrégate a los que amas. Háblale a mis poemas y háblale a tu corazón -yo estoy en ambos: si me necesitas. Te mentí, Linda. Sí que quería a mi madre, y ella me quería a mí. Nunca me abrazó pero la echo de menos, así que tengo que negar haberla querido nunca- ¡O que ella me quisiera a mí! ¡Qué tonta, Anne! ¡Pues ahí lo tienes!