Sylvia Plath

Traducción de María Ramos López. Ilustraciones de Anuska Allepuz. Nórdica, 2013. 99 pp, 16'50 euros

¿De quién es la voz en nuestra mente? La voz que no oímos: la voz que pensamos. No es la nuestra. No es ni masculina ni femenina. Usa palabras, pero también imágenes, aunque es una voz. No se parece al lenguaje. Es más una cascada de código que creamos y destruimos más allá de la razón. Como la lluvia verde sobre negro de The Matrix. La poeta es capaz de detener el torrente: fija pensamientos. Tres mujeres no es un poema coral, aunque contenga tres voces que son tres experiencias, tres perspectivas. Ocurre en una maternidad y trata de la maternidad, pero en realidad ocurre en tres almas y trata del alma. Es la mujer madre, la mujer que no puede ser madre y la mujer que decide no actuar como madre. Un acontecimiento biológico: su consecución o su imposibilidad o la negación. La vida no es lo que nos pasa, sino nuestra reacción a lo que nos pasa. En Tres mujeres, Plath es otra. La encontramos desconocida, pero muy Sylvia. Visualiza el poema no como texto, sino como música: apodado Monólogo para tres voces, se suponía que Tres mujeres sería leído en voz alta en un programa de radio, no impreso. De hecho, entre la emisión de la BBC en 1962 y su publicación en 1968, el poema vio cumplido su destino. Esta Sylvia de poesía oral sueña versos largos, antiguo. Es Lady Lazarus pixelada. Usa los nombres de los colores como navajas. Para la Voz Primera: Madre Que Es, el bebé es la suma de los azules, los rojos y flores violetas. La Voz Segunda: Madre Que No Puede, vive en un mundo incoloro, blanco porque no lo habita vida, sólo lunas, inviernos y los fantasmas de los hijos que no consigue dar a ninguna luz. Para ella la sangre no es roja, sino negra. A la Voz Tercera: Madre Que Decide En Contra, la hija que trae al mundo y que otros criarán le parece relámpago rojo, le corta la carne y la desgarra con su venida, y después con su ida. Tres mujeres no son conciencias que fluyen porque sea un poema sobre procesos emocionales, sino porque esos procesos están expresados en sinestesias más allá de lo verbal. Cuando una está triste, no ve soles. La voz en nuestra mente no habla: piensa. Es otra cosa. “No hay milagro más cruel que éste./ Me siento arrastrada por caballos, cascos de hierro./ Aguanto. Permanezco. Cumplo una función./ [...] Soy el centro de una atrocidad”. Es la brutalidad de la naturaleza contra el cuerpo, la indefensión de la mujer atrapada en el momento del parto. No es probable que nadie espere de Plath una idealización, ni de la maternidad ni de nada. Pero por si acaso: “ese plano, plano vacío del que provienen las ideas, destrucciones,/ bulldozers, guillotinas, las habitaciones blancas llenas de gritos./ El avance infinito, los ángeles fríos, las abstracciones”. Esto es lo que ve la mujer cuando ve la hemorragia y sabe que su bebé se le ha muerto dentro. Ve un Apocalipsis. Nunca en Plath encontraremos nada por debajo de la verdad. Por mucho que intentemos sobornarla, la voz que piensa por nosotros no se deja engañar, ni miente. Imaginemos que Sylvia nos propusiera: Voy a leer tu corazón y con él haré un poema. Nos daría miedo, pero ¿quién diría que no? Eso es Tres mujeres: la confesionalidad de las otras. Aterradora y pura, Plath desarticula a la mujer ya rota por el parto o por el aborto o por la despedida y le da una voz, o tres, o todas, para levantarla de sí misma. Deconstruye una estructura montada sobre los sueños de los hombres, o sea, sobre nada. No caímos con ellos. Nos mantenemos en este páramo.

[LA VEO EN SUEÑOS, MI NIÑA ROJA ...]

La veo en sueños, mi niña roja y terrible. Llora a través del cristal que nos separa. Llora, está furiosa. Sus gritos son ganchos que hieren como gatos, captando mi atención. Llora a la oscuridad, o a las estrellas que brillan y giran lejos de nosotras. Su cabecita parece tallada en madera, en una madera roja y dura, ojos cerrados y boca abiertísima. Y de la boca salen gritos cortantes que arañan mi sueño como flechas, que arañan mi sueño, penetrando mi costado. Mi hija no tiene dientes. Su boca es grande. Emite sonidos tan siniestros que no pueden ser buenos