Álvaro García. Foto: Barrenechea

XXIV Premio Loewe. Madrid,2012. Visor. 62 páginas, 10 euros



La ley de Poe dicta que la literatura debe ser impacto. Y un impacto progresivo no lo permite la ley de Newton. La literatura es una bala, un disparo: impacto. La literatura nos sustrae de nuestra cómoda realidad y nos arrastra a una ficción que es emoción: una, completa, inmediata. En este sentido, un cuento o un poema son más literarios que una novela: su unidad es blindada, los leemos de una sentada. En arte, la interrupción es muerte.



Verso tras verso tras verso, Canción en blanco avanza. Ni tiene prisa ni se para. Tiene algo de adictivo. Los seres humanos somos ingenuos y muy inteligentes: nos gusta que nos cuenten cosas, no tanto por las cosas sino porque nos las cuenten. Álvaro García abre compuertas e inunda nuestra mente con un torrente de palabras cayendo a chorros por sesenta y una páginas y lo llama poema. Es uno, entero, sin cortes: impacto. Cada verso nos abre el apetito de otro verso, sin saciarnos nunca el hambre. Poe siempre tiene razón, el muy insoportable: sin golpe seco al alma no hay literatura: "Fuiste como una Eva/ del destierro perpetuo de ti misma,/ paralizada por pasión/ igual que otros actúan por pasión". Álvaro García te hará sentirte vigilado, espiado en tus momentos menos estelares. Y tú tan contento. Te seducirá ser sustancia de poesía existencial, erótica, valiente. "De niña te gustaba saltar sombras. Te ríes,/ inventas para mí un modo de estar/ en la cabaña de tu prado íntimo,/ donde soñabas que te amaban hombres". Un poema es, en esencia, un instrumento de manipulación de la conciencia. Si consigue enamorarte o indignarte o aterrorizarte, ha cumplido su misión. Si sólo alcanza a hacerte contar sílabas o exclamar ¡mira, una metáfora!, el poeta debe dedicarse a otra cosa. De Canción en blanco no nos consta que contenga metáforas, ni siquiera sílabas. Estamos demasiado ocupados protegiéndonos del impacto como para andarnos con esas tonterías.



Traducir a Auden, Larkin o Ferlinghetti garantiza cosas. Inmuniza contra virus como la Generación del 98, que ha castrado a la poesía española, condenándola a cien años de soledad sin segunda oportunidad en esta tierra. No hay nada adolescente, blando o del terruño en Canción en blanco. Está escrita en español, pero en el de Borges, no en el de Unamuno. Pertenece a Europa, a Occidente, al mundo que ama la literatura. Revienta fronteras como revienta corazones. Álvaro García maneja la alquimia del instinto humano hasta volverlo animal, que es lo mejor que puede ser el instinto: "Eres la entraña de agua de una fruta,/ eres la concreción del infinito". Normalmente, de la poesía española hay que tirar como el mulo del carro: es peso muerto que nos frena hasta inmovilizarnos. Es una isla rodeada de Machado por todas partes. Pero no ésta: el continuum poeticum de Álvaro nos levanta del suelo, nos lleva a sitios. A nosotros mismos, a lo que hay de universal y eterno en lo que somos. En arte, la realidad es un estorbo sin futuro: lo que la cáscara del huevo es a la tortilla. A la repetición la llamamos rutina, y soñamos con la aventura. No en poesía: Canción en blanco es repetitiva porque la repetición es una opción, y deseable. Stein y Pound se dieron cuenta a tiempo. De esa grandeza viene esta poesía.



De cuando en cuando nos preguntamos ¿por qué no le gusto a este poema? Porque Canción en blanco no se molesta en interesarnos, ni en entretenernos, ni en enseñarnos nada. Sólo le importa ser poesía: "El amor y la música/ reordenan el mundo/ mientras parece que lo desordenan". Y la canción desciende a los infiernos, y Orfeo retumba como un trueno, y la canción asciende más alta, más blanca que nunca. "La muerte tendrá dentro memoria de un sol vivo". Tremenda poesía para quienes somos humanos pero nos sentimos dragones.

Amar nos une a algo

mientras brilla

la luna inatendida por el mundo,

el orden de los gatos por las tapias.

El labio se hace sangre

y se llena la sangre

de beso y agua y aire mal soplado

y se alumbra del lento fuego oscuro.

La sangre ha conectado de golpe con el tiempo.

Sabemos nada y todo.

Somos un animal que es dos humanos.

Sustancia tuya y mía arden en una.